GENESIS DE UN PROYECTO NACIONAL
Juan Víctor
Núñez del Prado Béjar
La tradición
intelectual del Perú puede adjudicarse el raro privilegio de haber sido capaz,
de asimilar casi simultáneamente las cuatro grandes corrientes de las ciencias
sociales teóricas contemporáneas, diferenciadas durante el siglo XIX a partir
del trabajo fundacional de Henry de Saint Simón.
Tales
corrientes son, a saber: el positivismo francés fundado por Augusto Comte.; el
evolucionismo sociológico de Herbert Spencer; el materialismo histórico
iniciado por Carlos Marx y el evolucionismo cultural de Lewis Henry Morgan.
La
primigenia asimilación del evolucionismo cultural la produjo el
moqueguano-cuzqueño Luis E. Valcárcel con su trabajo Del ayllu al imperio, que fue presentado como tesis de grado a la
universidad del Cuzco en 1916. En este texto, Valcárcel se vale de la teoría de
Morgan para intentar situar al imperio de los Inkas en el cuadro general de
evolución de la civilización. Dicho sea de paso, el citado trabajo es, hasta
donde sé, el primer ejemplo de producción de ciencia social teórica realizado
en el Perú.
La
asimilación del evolucionismo sociológico de Spencer la produjo Víctor Raúl
Haya de La Torre en una serie de artículos producidos entre 1928 y 1930; y se
expresa también, a través de su primera obra orgánica El antiimperialismo y el Apra. La más clara manifestación de la
deuda del aprismo con la sociología de Spencer es su postulación política de la
“alianza de clases explotadas” para “la constitución de un Estado
antiimperialista fuerte”. Para el conocedor de la tradición sociología
spenceriana, tales postulados están basados en –y además concuerdan con–la
noción de solidaridad vertical y el carácter de sociología constructiva,
propios de la sociología evolutiva de Spencer.
La
asimilación del materialismo histórico entre nosotros está mucho mejor
establecida intelectualmente que las dos tradiciones anteriores y se plasmó a
través de 7 ensayos de interpretación de
la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui. Aquí se postula un proyecto
político “clasista”, obviamente inspirado en la noción de solidaridad
horizontal o “solidaridad de clase” del materialismo histórico.
Finalmente,
la asimilación del positivismo francés se plasmó a través del libro La realidad nacional, de Víctor Andrés
Belaunde, elaborado como réplica a los 7
ensayos de Mariátegui. En ese trabajo se postula una opción comunitarista y
una identidad nacional peruana, fundadas en el cristianismo, en concordancia
con el énfasis en los aspectos religioso y corporativo, propios del análisis
sociológico del positivismo francés.
Como
nos recuerda Imelda Vega Centeno en La
construcción social de la sociología, existe un proceso de “formación
social del pensamiento sociológico” que intentaremos seguir en lo que nos
parece, la conformación de un proyecto nacional” de tradición mariateguista.
Debemos
retrotraer nuestro análisis a la década de 1970, cuando Rodrigo Montoya produce
A propósito del carácter
predominantemente capitalista de la sociedad peruana. En cierto sentido,
este trabajo surge en respuesta al diagnóstico nacional producido por Carlos
Delgado Olivera, en el libro, Problemas
Sociales del Peru Contemporáneo, el cual en aquel entonces, servía de
sustento teórico al accionar del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas
y cuyas conclusiones teóricas guiaron la acción del Sistema Nacional de Apoyo a
la Movilización Social (SINAMOS), aparato de instrumentación de la política de
aquel gobierno.
Durante
el tiempo que SINAMOS actuó, entre 1972 y 1975, la única contestación teórica
coherente que se le oponía, era la proveniente del libro mencionado de Rodrigo
Montoya, contestación, que era instrumentalizada entonces por el partido de
izquierda llamado, Vanguardia Revolucionaria. El resto de la oposición de
izquierda, al régimen dirigido por el general Juan Velasco, se basaba en el uso
de clichés ideológicos muy usados y a la repetición de irreflexivas consignas
provenientes de otras realidades y trasladadas mecánicamente a la peruana.
El
libro de Montoya emprendía el análisis de la estructura social peruana basado
en las nociones de articulación de modos de producción y desarrollo desigual y
combinado. Su aplicación al material empírico local, ofrecía una bastante
plausible imagen analítica de la estructura del Estado nacional peruano.
El
Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, en sus acciones de reforma
agraria llevadas a termino entre 1969 y 1975, cometió el error de privilegiar
la promoción de organizaciones colectivistas, tales como las llamadas cooperativas agrarias de producción
(CAP) y sociedades agrícolas de interés social (SAIS), en desmedro de las
tradicionales comunidades indígenas andinas.
Frente
a dicho error y basados en el diagnostico de Montoya, operadores políticos
provenientes de Vanguardia Revolucionaria, realizaron con amplio apoyo
campesino un “redimensionamiento” de las adjudicaciones agrarias hechas por la
Revolución Peruana, bajo la consigna de “Todo el poder a la asamblea comunal”. El
diagnóstico de Rodrigo Montoya era estructural y por tanto sincrónico, y
lógicamente desembocó en la revaloración del factor de la estructura social
característico del segmento andino de la sociedad peruana, es decir, de la
comunidad indígena andina.
El
“redimensionamiento” realizado por “Vanguardia”, se inició alrededor del año
1982 y culminó hacia 1988 y se extendió desde la cuenca del río Pampas, hasta
la frontera con Bolivia, en la cuenca del lago Titicaca. Menciono este hecho,
puesto que, personalmente, valoro la certidumbre de un diagnóstico sociológico,
por su capacidad de generar una praxis exitosa y, desde mi punto de vista, este
es el mérito del diagnóstico hecho por Rodrigo Montoya en relación al proceso
de “redimensionamiento” de las empresas agrarias hecho por Vanguardia Revolucionaria.
El
segundo paso en la producción del proyecto nacional que me ocupa fue dado a en
1986, por la producción de Buscando un
inca, de Alberto Flores Galindo.
El
trabajo de Flores Galindo, expone por primera vez de modo completo, la
secuencia de movimientos sociales de resistencia protagonizados por el segmento
andino de la sociedad peruana, en un proceso que se inicia en el propio siglo
XVI, se extiende a través de la Colonia y la República, y llega a principios
del siglo XX, a través de los movimientos de Atusparia y Rumi Maki, los cuales
preludian las invasiones campesinas de tierras de los años 1960 y desembocan en
la Revolución Peruana. El estudio de Flores, es, por tanto, procesal y
diacrónico, por lo que se presta al pronóstico y revalora un factor fundamental
de la mentalidad colectiva andina.
Flores
Galindo señala que a pesar de la heterogeneidad de las condiciones y
circunstancias de dichos movimientos sociales, estos muestran una constante que
les confieren identidad distintiva y que se basa en lo que Juan Ossio, ha
clasificado como ideología mesiánica del mundo andino, en un libro del mismos
nombre. Flores sugiere explícitamente que la expectativa mesiánica del regreso
del inka, puede en el futuro constituirse en el catalizador de movimientos
sociales que completen las transformaciones requeridas por la sociedad peruana.
Desde una posición de izquierda, en
el año 2001, Nelson Manrique, en una conferencia a la que dio el titulo de, La utopía andina 25 años después; partiendo de un movimiento analítico del
presente al pasado, opuesto al usado por Flores, da tratamiento al fenómeno del
mesianismo indígena, en términos de la conformación de una utopía. Dicho
tratamiento implica la asunción de que subyace al modo de pensamiento andino
contemporáneo, una idealización extrema de la sociedad inka, que ha producido
una imagen abstracta, que es totalmente imaginaria y que ha sido proyectada al
futuro en términos de una utopía.
Aunque
el texto no explicita una descalificación, el contexto de la reflexión
materialista histórica en que se ubica, sí lo hace, pues no se debe olvidar,
que el debate marxista solía descalificar, por ejemplo, al socialismo
libertario, como “socialismo utópico”, frente al comunismo, considerado como
“socialismo científico”.
La
derecha a intentado también una descalificación, esta vez explícita del
proyecto mesiánico, postulada por el literato Mario Vargas Llosa, a través de
su libro La utopía arcaica y en
nombre de “la modernidad”, entendida esta como un proyecto neoliberal
capitalista.
Aunque dicho texto está literariamente muy
bien logrado, es desde nuestro punto de vista históricamente incompetente.
Considero que ello es así, puesto que junto con Flores Galindo, Vargas Llosa
trata de descalificar también a José María Arguedas y a la corriente que él
representa de modo conspicuo: el indigenismo peruano.
Calificamos
este intento de históricamente incompetente pues se contrapone directamente a
la sólida postulación histórica de Jorge Basadre, cuando dice que “el fenómeno
históricamente más importante acaecido en el siglo XX en el Perú es la
recuperación de lo indígena”. Dentro de esta recuperación de lo indígena, los
factores más importantes están en la toma de consciencia del mesianismo andino
y en la afirmación hecha por Flores Galindo de que la misma puede ser base de
un proyecto político.
Asimismo,
considero que es de vital importancia, aún no debidamente ponderada, la
trascendencia del “hechizo de la sangre” –es decir, del racismo de todo
género–, en relación al postulado de Arguedas sobre la validez de “todas las
sangres” como parte del carácter nacional peruano.
Como
toda participación en un debate, la explicita descalificación hecha por Vargas
Llosa, ha tenido la virtud de generar una coherente doble respuesta formulada
por Rodrigo Montoya en De la utopía
andina al socialismo mágico. En este libro, Montoya usa el aserto de José
María Arguedas, acerca de la posibilidad de un socialismo mágico, es decir, un
socialismo basado en una mentalidad estética totalizadora, intuitiva, mítica y
sagrada; alternativa viable al socialismo occidental, basado en una mentalidad
descriptiva, analítica, racional, histórica y secular, que aún no ha logrado
calar en la mentalidad nacional mayoritaria.
Según
mi opinión, al valerse extensamente del aserto de Arguedas y desarrollarlo
analíticamente, Rodrigo Montoya, ha trascendido simultáneamente las objeciones
de Nelson Manrique y las de Mario Vargas Llosa, postulando –ahora desarrollado
convenientemente– el nuevo proyecto nacional de un socialismo mágico.
Hay
un componente más, que puede ser a la larga de suma importancia para el tema
que nos ocupa, se trata de la publicación en 1990, de Visión arqueológica del Perú milenario, de Luis Guillermo
Lumbreras. Este autor explora el desarrollo de las sociedades andinas hasta su
propio origen, acaecido según él hace aproximadamente quince mil años, cuando
el hombre arribó al continente americano en estado realmente primitivo, es
decir, como cazador, pescador y recolector. Lumbreras sigue el curso de su
evolución social hasta la conformación del imperio del Tawantinsuyo y, luego,
el cataclismo de la conquista europea, que según el autor produjo una regresión
que nos devolvió a un estado de desarrollo de las fuerzas productivas de dos
mil años antes. En su epílogo, el autor nos dice: “Nos toca pues descongelar el
pasado para desplazar la modernidad colonial por una modernidad, que debe
comenzar por rescatar el patrimonio que la Colonia destruyó o paralizó”. Esta
exhortación nos parece totalmente concordante con la expectativa del regreso
del inka o con la recuperación del modo de sacralidad de la sociedad andina,
que sería clave en el proyecto de socialismo mágico.
Como
es bien conocido, Luis Guillermo Lumbreras suscribe también los parámetros
analíticos del materialismo histórico. De haber entre su trabajo y los antes
señalados la comunidad de propósito que hemos presumido, estaríamos frente a
una masa de conocimiento que mediante un único paradigma teórico cubre: con
Lumbreras, el proceso de evolución autónoma de la civilización andina; con
Flores, la dinámica social de los periodos colonial y republicano; con Montoya,
el carácter de nuestra estructura social antes de la Revolución Peruana, que
según mi opinión la cambió radical y definitivamente; y, finalmente, otra vez
con Montoya, el desarrollo de la postulación más importante de la propuesta arguediana,
que constituye una alternativa entre otras posibles frente al proyecto
neoliberal, el cual según mi opinión ya ha sido agotado.
Como
quiera que los participantes en este debate todavía libresco, con excepción de
Mario Vargas Llosa, son próximos o se inscriben explícitamente dentro de la
tradición mariateguista, opino que mediante el proceso aquí explicitado se ha
gestado entre nosotros un proyecto nacional mariateguista del que no somos
todavía plenamente conscientes y que puede constituir un vector interesante
para la conformación nacional durante el siglo XXI y que, cuando menos, es
merecedor de un amplio debate.
Cuzco,
diciembre de 2011
LA PREGUNTA DE ZAVALITA
Antonio
Zapata
Pocos
días atrás ha sido el bicentenario de la rebelión del Cusco y se ha recordado
sobre todo a Mariano Melgar. Bien por el gran poeta arequipeño, pero el
personaje central fue José Angulo, quien fue el líder político y presidió la
Junta revolucionaria; además, convenció a Pumacahua de unirse a la lucha. José
Angulo era el mayor de cuatro hermanos, todos los cuales cumplieron un
importante papel y salvo uno, que era sacerdote, pagaron su osadía con la
vida.
Por su
parte, Pumacahua era un curaca indígena que había presidido la Audiencia del
Cusco; gracias a lo cual, era el indio que había llegado más lejos en la
estructura del poder en 300 años de virreinato español. Además, cuando joven
había enfrentado a Túpac Amaru y fue factor fundamental de su derrota.
Sin
embargo, al final de una larga vida llena de honores y reconocimientos,
Pumacahua abandonó al Rey y se pasó al bando rebelde. En ese momento tenía más
de setenta años. En nuestra historia es el único personaje que fue derechista
de joven y revolucionario cuando anciano. ¿Por qué ese giro? No hay una
declaración suya, todo es materia de interpretación.
Creo que
la transformación de Pumacahua se debió a su resentimiento con el gobierno
metropolitano. Él había fracasado como presidente interino de la Audiencia del
Cusco y atribuía sus dificultades a los liberales españoles. Nuestro curaca se
habría decepcionado de la Madre Patria, por los conflictos interminables en la
península ibérica que impedían el buen gobierno en América. Eso sí, una vez
decidido por la rebelión, Pumacahua actuó en forma digna, habiendo asumido
plenamente su papel como general hasta su derrota final en Umachiri.
Desde el
gobierno militar de Velasco en adelante, tanto la historia académica como el
sentimiento popular han visto a Túpac Amaru como bueno y a Pumacahua como
malvado. Incluso hasta ahora. En Sicuani, su estatua se levanta en la plaza,
muy cerca del arco de la iglesia donde fue ahorcado. Alguna vez, ese monumento
ha sido derribado por universitarios del Cusco, porque todos lo seguimos considerando
traidor. En el relato histórico que nos hemos fabricado, su rebeldía final no
repara su papel como enemigo mortal de Túpac Amaru. Ese es el punto, Pumacahua
colaboró con los españoles para sacrificar al bueno y por ello no ha sido
perdonado.
En un pasaje
de “El azar en la historia”, Jorge Basadre reflexiona sobre qué habría ocurrido
si vencía esta rebelión. Según Basadre, si el Perú independiente hubiera nacido
en esa circunstancia sería una nación más integrada; el liderazgo nacional
habría sido compartido por criollos, mestizos e indígenas y, además, su centro
de gravedad hubiera estado en el interior andino y no en la costa limeña. Por
último, los líderes eran peruanos y no foráneos como San Martín y Bolívar. Es
decir, la rebelión de los Angulo y Pumacahua reunía los elementos que podrían
haber hecho otra a nuestra nación.
Los
rebeldes de 1814-15 eran provincianos, multiclasistas y locales. Por el
contrario, en 1821-24 nacimos exactamente a la inversa. Nuestro parto fue obra
de platenses y chilenos primero y luego de gran colombianos; asimismo consagró
a Lima como capital y sede de todos los poderes; por último, colocó en el mando
a criollos y mestizos con total prescindencia de los indígenas. Al revés que
Angulo y Pumacahua.
Así, esta
rebelión fue nuestra última oportunidad para superar de forma armoniosa el
trauma de la independencia. Solo queda lamentarnos por su suerte adversa, ya
que ella es una de las respuestas a la famosa pregunta de Zavalita, ¿cuándo se
jodió el Perú? Al caer la tarde del 11 de marzo de 1815, en Umachiri cuando el
ejército realista del general Ramírez desbarató a las tropas indígenas de
Pumacahua. Ahí mismo fue apresado Melgar y fusilado a la mañana siguiente.
Después de esta amarga derrota sobrevino una dura represión y la independencia
tuvo que esperar a San Martín. Cinco años grises antes de recomenzar, solo que
esta vez sin indios ni serranos.
SOLIDAS POLITICAS DE ESTADOJulio Gilberto Muñiz Caparó
El Perú requiere crecimiento armónico en base a una correcta distribución de
ingresos que redunde en inversiones equilibradas y oportunas. Esa será la gran
luz para desaparecer oscuridades, la porción de amor para erradicar pasiones,
el grado de racionalidad para descubrir el hondo de la estrechez humana. Ya es
tiempo de desaparecer desigualdades por causa de la ausencia de recursos
especialmente en los pueblos indígenas andinos y amazónicos que sufren el más
cruel abandono de parte del estado y es hora de entregar una cuota de rectitud
y equidad para encarrilar el país por la ruta del desarrollo solidario.
Las
políticas de estado obedecen a un interés comunitario integral manejado por
líderes insobornables y competentes. Deben permanecer invariables en el tiempo
sin que sean afectadas por los cambios rutinarios de los gobiernos que, ahora,
surgen improvisadamente o en base a prebendas innombrables. Todo ello, con la
anuencia de electores desinformados e indiferentes. Causa desazón comprobar que los candidatos
llegan al poder utilizando artificios vetados por la moral y embadurnados con
riqueza mal habida. No puede ser que los gobiernos se conviertan en almácigos
de la corrupción.
No
es fácil concordar para el establecimiento de políticas de largo plazo, pero,
debería hacerse el esfuerzo de aprender a concertar para el buen manejo de la
cuestión pública. Las políticas de estado en agricultura, educación, salud,
saneamiento, vivienda, cultura, conocimiento, minería, entre otras, deberían
ser definidas por consenso del total de los actores sociales y mantenerse sin
variación en el tiempo. No es aceptable que quinquenio tras quinquenio, por
errores imperdonables del elector despistado, quedemos, los peruanos, sometidos a decisiones que se toman según el
humor y el interés personal del gobernante de turno que accede al gobierno sin
tener las calificaciones de estadista o de líder. Es necesario integrar la nación, no sólo a
través de las indispensables vías de comunicación y energía sino unificando a
los peruanos, para que todos y cada uno de ellos, pudieran hacer aportes
sustantivos al desarrollo sostenible.
Es oportuno volver a la frase “el Perú necesita un
gobierno, no un gobernante”, frase que acuñó el doctor Valentín Paniagua
Corazao, ex Presidente Constitucional
Transitorio del Perú (Noviembre 2000 a julio 2001). Esta frase calza
como anillo al dedo ahora que ya empiezan a ponerse en la fila aspirantes a
gobernar a partir de Julio de 2016. Es
preciso insistir en el tema --que puede servir de orientación-- para que el
elector decida su voto en forma más reflexiva. Se trata de buscar que quienes
accedan al poder, lo hagan pensando en definir políticas de estado inalterables
hasta alcanzar el desarrollo del país.
Debemos evitar el desorden y la informalidad en el seno de los gobiernos
nacional, regional y municipal, para que la nación peruana no siga hundida en
el caos, la violencia y la corrupción que degeneran en conflictos y
reclamaciones con la consiguiente desconfianza y frustración colectiva.
Una
fórmula apropiada para evitar los conflictos que el país soporta, es acelerar
el desarrollo empezando por reconocer la autonomía de los pueblos que tienen la
primerísima prioridad de promover inversiones sustantivas para salir de la
pobreza. Esta dinámica, sin duda,
eliminaría el resentimiento individual y colectivo con el estado, dando a todos
los peruanos las mismas oportunidades de una existencia decorosa. El desorden,
la informalidad, la inseguridad, las protestas y reclamaciones colectivas que
degeneran en violencia, las frustraciones, la desesperanza, la corrupción, la
desconfianza son, en gran medida, secuelas de la pobreza que se manifiesta como
causa de las carencias en salud, en educación y en otros servicios
indispensables para vivir como seres humanos. Es necesario integrar la nación,
no sólo a través de las indispensables vías de comunicación y energía sino
unificando a los peruanos, para que todos y cada uno de ellos, puedan hacer
aportes sustantivos al desarrollo sostenible.
Emprender
programas asistencialistas, por buena intención que tuviera el gobernante,
seguirán siendo paliativos desatinados. El estado, organizando un Plan de
inversiones para el Desarrollo descentralista, complementario, alternativo y
concertado estaría en la posición de reponer cuanto antes la enorme deuda que
tiene con los pueblos deprimidos. Recordemos que la pobreza en el Perú se anidó
durante la invasión y creció sin control con el sistema republicano a partir de
1821. En esos tiempos, los hijos y nietos de españoles nacidos en el Perú,
llamados criollos, se sentían dueños del país. Consideraban invasores a los
europeos e indeseables a los mestizos, sin contar que para ellos, los
indígenas, eran algo así como bestias de carga sin derecho a nada. En lugar de reconocer que tenían en sus manos
un país conformado por seres de diversas expresiones culturales con raíces
indestructibles; lejos de proponer una nación ensamblada, independiente,
sólida, integral, que se cimentara en la autonomía de los pueblos para que
estos pudieran auto gobernarse, formaron su grupo y se apropiaron del estado.
En el Perú de hoy, para acabar con la pobreza,
la principal causa de sus graves problemas, se requiere crecimiento armónico en
base a una correcta y metódica distribución de ingresos que redunde en
inversiones equilibradas y oportunas. Ya es tiempo de desaparecer desigualdades
por causa de la ausencia de recursos especialmente en los pueblos indígenas
andinos y amazónicos que sufren el más cruel abandono de parte del estado y es
hora de entregar una cuota de rectitud y equidad para encarrilar el país por la
ruta del desarrollo solidario. Como resultado inmediato de una reacción tan
anhelada, las comunidades –hoy abandonadas a su suerte-- estarían en
condiciones de cooperar creando puestos de trabajo y generando riqueza en feliz
alianza con la empresa privada y con los gobiernos regionales, locales y
comunitarios en camino al desarrollo sostenible.
La
pregunta de Zavalita
Antonio
Zapata
Pocos
días atrás ha sido el bicentenario de la rebelión del Cusco y se ha recordado
sobre todo a Mariano Melgar. Bien por el gran poeta arequipeño, pero el
personaje central fue José Angulo, quien fue el líder político y presidió la
Junta revolucionaria; además, convenció a Pumacahua de unirse a la lucha. José
Angulo era el mayor de cuatro hermanos, todos los cuales cumplieron un
importante papel y salvo uno, que era sacerdote, pagaron su osadía con la
vida.
Por su
parte, Pumacahua era un curaca indígena que había presidido la Audiencia del
Cusco; gracias a lo cual, era el indio que había llegado más lejos en la
estructura del poder en 300 años de virreinato español. Además, cuando joven
había enfrentado a Túpac Amaru y fue factor fundamental de su derrota.
Sin
embargo, al final de una larga vida llena de honores y reconocimientos,
Pumacahua abandonó al Rey y se pasó al bando rebelde. En ese momento tenía más
de setenta años. En nuestra historia es el único personaje que fue derechista
de joven y revolucionario cuando anciano. ¿Por qué ese giro? No hay una
declaración suya, todo es materia de interpretación.
Creo que
la transformación de Pumacahua se debió a su resentimiento con el gobierno
metropolitano. Él había fracasado como presidente interino de la Audiencia del
Cusco y atribuía sus dificultades a los liberales españoles. Nuestro curaca se
habría decepcionado de la Madre Patria, por los conflictos interminables en la
península ibérica que impedían el buen gobierno en América. Eso sí, una vez
decidido por la rebelión, Pumacahua actuó en forma digna, habiendo asumido
plenamente su papel como general hasta su derrota final en Umachiri.
Desde el
gobierno militar de Velasco en adelante, tanto la historia académica como el
sentimiento popular han visto a Túpac Amaru como bueno y a Pumacahua como
malvado. Incluso hasta ahora. En Sicuani, su estatua se levanta en la plaza,
muy cerca del arco de la iglesia donde fue ahorcado. Alguna vez, ese monumento
ha sido derribado por universitarios del Cusco, porque todos lo seguimos considerando
traidor. En el relato histórico que nos hemos fabricado, su rebeldía final no
repara su papel como enemigo mortal de Túpac Amaru. Ese es el punto, Pumacahua
colaboró con los españoles para sacrificar al bueno y por ello no ha sido
perdonado.
En un pasaje
de “El azar en la historia”, Jorge Basadre reflexiona sobre qué habría ocurrido
si vencía esta rebelión. Según Basadre, si el Perú independiente hubiera nacido
en esa circunstancia sería una nación más integrada; el liderazgo nacional
habría sido compartido por criollos, mestizos e indígenas y, además, su centro
de gravedad hubiera estado en el interior andino y no en la costa limeña. Por
último, los líderes eran peruanos y no foráneos como San Martín y Bolívar. Es
decir, la rebelión de los Angulo y Pumacahua reunía los elementos que podrían
haber hecho otra a nuestra nación.
Los
rebeldes de 1814-15 eran provincianos, multiclasistas y locales. Por el
contrario, en 1821-24 nacimos exactamente a la inversa. Nuestro parto fue obra
de platenses y chilenos primero y luego de gran colombianos; asimismo consagró
a Lima como capital y sede de todos los poderes; por último, colocó en el mando
a criollos y mestizos con total prescindencia de los indígenas. Al revés que
Angulo y Pumacahua.
Así, esta
rebelión fue nuestra última oportunidad para superar de forma armoniosa el
trauma de la independencia. Solo queda lamentarnos por su suerte adversa, ya
que ella es una de las respuestas a la famosa pregunta de Zavalita, ¿cuándo se
jodió el Perú? Al caer la tarde del 11 de marzo de 1815, en Umachiri cuando el
ejército realista del general Ramírez desbarató a las tropas indígenas de
Pumacahua. Ahí mismo fue apresado Melgar y fusilado a la mañana siguiente.
Después de esta amarga derrota sobrevino una dura represión y la independencia
tuvo que esperar a San Martín. Cinco años grises antes de recomenzar, solo que
esta vez sin indios ni serranos.
GENESIS DE UN PROYECTO NACIONAL Juan Víctor Núñez del Prado Béjar La tradición intelectual del Perú puede adjudicarse el raro privilegio de haber sido capaz, de asimilar casi simultáneamente las cuatro grandes corrientes de las ciencias sociales teóricas contemporáneas, diferenciadas durante el siglo XIX a partir del trabajo fundacional de Henry de Saint Simón.
Tales
corrientes son, a saber: el positivismo francés fundado por Augusto Comte.; el
evolucionismo sociológico de Herbert Spencer; el materialismo histórico
iniciado por Carlos Marx y el evolucionismo cultural de Lewis Henry Morgan.
La
primigenia asimilación del evolucionismo cultural la produjo el
moqueguano-cuzqueño Luis E. Valcárcel con su trabajo Del ayllu al imperio, que fue presentado como tesis de grado a la
universidad del Cuzco en 1916. En este texto, Valcárcel se vale de la teoría de
Morgan para intentar situar al imperio de los Inkas en el cuadro general de
evolución de la civilización. Dicho sea de paso, el citado trabajo es, hasta
donde sé, el primer ejemplo de producción de ciencia social teórica realizado
en el Perú.
La
asimilación del evolucionismo sociológico de Spencer la produjo Víctor Raúl
Haya de La Torre en una serie de artículos producidos entre 1928 y 1930; y se
expresa también, a través de su primera obra orgánica El antiimperialismo y el Apra. La más clara manifestación de la
deuda del aprismo con la sociología de Spencer es su postulación política de la
“alianza de clases explotadas” para “la constitución de un Estado
antiimperialista fuerte”. Para el conocedor de la tradición sociología
spenceriana, tales postulados están basados en –y además concuerdan con–la
noción de solidaridad vertical y el carácter de sociología constructiva,
propios de la sociología evolutiva de Spencer.
La
asimilación del materialismo histórico entre nosotros está mucho mejor
establecida intelectualmente que las dos tradiciones anteriores y se plasmó a
través de 7 ensayos de interpretación de
la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui. Aquí se postula un proyecto
político “clasista”, obviamente inspirado en la noción de solidaridad
horizontal o “solidaridad de clase” del materialismo histórico.
Finalmente,
la asimilación del positivismo francés se plasmó a través del libro La realidad nacional, de Víctor Andrés
Belaunde, elaborado como réplica a los 7
ensayos de Mariátegui. En ese trabajo se postula una opción comunitarista y
una identidad nacional peruana, fundadas en el cristianismo, en concordancia
con el énfasis en los aspectos religioso y corporativo, propios del análisis
sociológico del positivismo francés.
Como
nos recuerda Imelda Vega Centeno en La
construcción social de la sociología, existe un proceso de “formación
social del pensamiento sociológico” que intentaremos seguir en lo que nos
parece, la conformación de un proyecto nacional” de tradición mariateguista.
Debemos
retrotraer nuestro análisis a la década de 1970, cuando Rodrigo Montoya produce
A propósito del carácter
predominantemente capitalista de la sociedad peruana. En cierto sentido,
este trabajo surge en respuesta al diagnóstico nacional producido por Carlos
Delgado Olivera, en el libro, Problemas
Sociales del Peru Contemporáneo, el cual en aquel entonces, servía de
sustento teórico al accionar del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas
y cuyas conclusiones teóricas guiaron la acción del Sistema Nacional de Apoyo a
la Movilización Social (SINAMOS), aparato de instrumentación de la política de
aquel gobierno.
Durante
el tiempo que SINAMOS actuó, entre 1972 y 1975, la única contestación teórica
coherente que se le oponía, era la proveniente del libro mencionado de Rodrigo
Montoya, contestación, que era instrumentalizada entonces por el partido de
izquierda llamado, Vanguardia Revolucionaria. El resto de la oposición de
izquierda, al régimen dirigido por el general Juan Velasco, se basaba en el uso
de clichés ideológicos muy usados y a la repetición de irreflexivas consignas
provenientes de otras realidades y trasladadas mecánicamente a la peruana.
El
libro de Montoya emprendía el análisis de la estructura social peruana basado
en las nociones de articulación de modos de producción y desarrollo desigual y
combinado. Su aplicación al material empírico local, ofrecía una bastante
plausible imagen analítica de la estructura del Estado nacional peruano.
El
Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, en sus acciones de reforma
agraria llevadas a termino entre 1969 y 1975, cometió el error de privilegiar
la promoción de organizaciones colectivistas, tales como las llamadas cooperativas agrarias de producción
(CAP) y sociedades agrícolas de interés social (SAIS), en desmedro de las
tradicionales comunidades indígenas andinas.
Frente
a dicho error y basados en el diagnostico de Montoya, operadores políticos
provenientes de Vanguardia Revolucionaria, realizaron con amplio apoyo
campesino un “redimensionamiento” de las adjudicaciones agrarias hechas por la
Revolución Peruana, bajo la consigna de “Todo el poder a la asamblea comunal”. El
diagnóstico de Rodrigo Montoya era estructural y por tanto sincrónico, y
lógicamente desembocó en la revaloración del factor de la estructura social
característico del segmento andino de la sociedad peruana, es decir, de la
comunidad indígena andina.
El
“redimensionamiento” realizado por “Vanguardia”, se inició alrededor del año
1982 y culminó hacia 1988 y se extendió desde la cuenca del río Pampas, hasta
la frontera con Bolivia, en la cuenca del lago Titicaca. Menciono este hecho,
puesto que, personalmente, valoro la certidumbre de un diagnóstico sociológico,
por su capacidad de generar una praxis exitosa y, desde mi punto de vista, este
es el mérito del diagnóstico hecho por Rodrigo Montoya en relación al proceso
de “redimensionamiento” de las empresas agrarias hecho por Vanguardia Revolucionaria.
El
segundo paso en la producción del proyecto nacional que me ocupa fue dado a en
1986, por la producción de Buscando un
inca, de Alberto Flores Galindo.
El
trabajo de Flores Galindo, expone por primera vez de modo completo, la
secuencia de movimientos sociales de resistencia protagonizados por el segmento
andino de la sociedad peruana, en un proceso que se inicia en el propio siglo
XVI, se extiende a través de la Colonia y la República, y llega a principios
del siglo XX, a través de los movimientos de Atusparia y Rumi Maki, los cuales
preludian las invasiones campesinas de tierras de los años 1960 y desembocan en
la Revolución Peruana. El estudio de Flores, es, por tanto, procesal y
diacrónico, por lo que se presta al pronóstico y revalora un factor fundamental
de la mentalidad colectiva andina.
Flores
Galindo señala que a pesar de la heterogeneidad de las condiciones y
circunstancias de dichos movimientos sociales, estos muestran una constante que
les confieren identidad distintiva y que se basa en lo que Juan Ossio, ha
clasificado como ideología mesiánica del mundo andino, en un libro del mismos
nombre. Flores sugiere explícitamente que la expectativa mesiánica del regreso
del inka, puede en el futuro constituirse en el catalizador de movimientos
sociales que completen las transformaciones requeridas por la sociedad peruana.
Desde una posición de izquierda, en
el año 2001, Nelson Manrique, en una conferencia a la que dio el titulo de, La utopía andina 25 años después; partiendo de un movimiento analítico del
presente al pasado, opuesto al usado por Flores, da tratamiento al fenómeno del
mesianismo indígena, en términos de la conformación de una utopía. Dicho
tratamiento implica la asunción de que subyace al modo de pensamiento andino
contemporáneo, una idealización extrema de la sociedad inka, que ha producido
una imagen abstracta, que es totalmente imaginaria y que ha sido proyectada al
futuro en términos de una utopía.
Aunque
el texto no explicita una descalificación, el contexto de la reflexión
materialista histórica en que se ubica, sí lo hace, pues no se debe olvidar,
que el debate marxista solía descalificar, por ejemplo, al socialismo
libertario, como “socialismo utópico”, frente al comunismo, considerado como
“socialismo científico”.
La
derecha a intentado también una descalificación, esta vez explícita del
proyecto mesiánico, postulada por el literato Mario Vargas Llosa, a través de
su libro La utopía arcaica y en
nombre de “la modernidad”, entendida esta como un proyecto neoliberal
capitalista.
Aunque dicho texto está literariamente muy
bien logrado, es desde nuestro punto de vista históricamente incompetente.
Considero que ello es así, puesto que junto con Flores Galindo, Vargas Llosa
trata de descalificar también a José María Arguedas y a la corriente que él
representa de modo conspicuo: el indigenismo peruano.
Calificamos
este intento de históricamente incompetente pues se contrapone directamente a
la sólida postulación histórica de Jorge Basadre, cuando dice que “el fenómeno
históricamente más importante acaecido en el siglo XX en el Perú es la
recuperación de lo indígena”. Dentro de esta recuperación de lo indígena, los
factores más importantes están en la toma de consciencia del mesianismo andino
y en la afirmación hecha por Flores Galindo de que la misma puede ser base de
un proyecto político.
Asimismo,
considero que es de vital importancia, aún no debidamente ponderada, la
trascendencia del “hechizo de la sangre” –es decir, del racismo de todo
género–, en relación al postulado de Arguedas sobre la validez de “todas las
sangres” como parte del carácter nacional peruano.
Como
toda participación en un debate, la explicita descalificación hecha por Vargas
Llosa, ha tenido la virtud de generar una coherente doble respuesta formulada
por Rodrigo Montoya en De la utopía
andina al socialismo mágico. En este libro, Montoya usa el aserto de José
María Arguedas, acerca de la posibilidad de un socialismo mágico, es decir, un
socialismo basado en una mentalidad estética totalizadora, intuitiva, mítica y
sagrada; alternativa viable al socialismo occidental, basado en una mentalidad
descriptiva, analítica, racional, histórica y secular, que aún no ha logrado
calar en la mentalidad nacional mayoritaria.
Según
mi opinión, al valerse extensamente del aserto de Arguedas y desarrollarlo
analíticamente, Rodrigo Montoya, ha trascendido simultáneamente las objeciones
de Nelson Manrique y las de Mario Vargas Llosa, postulando –ahora desarrollado
convenientemente– el nuevo proyecto nacional de un socialismo mágico.
Hay
un componente más, que puede ser a la larga de suma importancia para el tema
que nos ocupa, se trata de la publicación en 1990, de Visión arqueológica del Perú milenario, de Luis Guillermo
Lumbreras. Este autor explora el desarrollo de las sociedades andinas hasta su
propio origen, acaecido según él hace aproximadamente quince mil años, cuando
el hombre arribó al continente americano en estado realmente primitivo, es
decir, como cazador, pescador y recolector. Lumbreras sigue el curso de su
evolución social hasta la conformación del imperio del Tawantinsuyo y, luego,
el cataclismo de la conquista europea, que según el autor produjo una regresión
que nos devolvió a un estado de desarrollo de las fuerzas productivas de dos
mil años antes. En su epílogo, el autor nos dice: “Nos toca pues descongelar el
pasado para desplazar la modernidad colonial por una modernidad, que debe
comenzar por rescatar el patrimonio que la Colonia destruyó o paralizó”. Esta
exhortación nos parece totalmente concordante con la expectativa del regreso
del inka o con la recuperación del modo de sacralidad de la sociedad andina,
que sería clave en el proyecto de socialismo mágico.
Como
es bien conocido, Luis Guillermo Lumbreras suscribe también los parámetros
analíticos del materialismo histórico. De haber entre su trabajo y los antes
señalados la comunidad de propósito que hemos presumido, estaríamos frente a
una masa de conocimiento que mediante un único paradigma teórico cubre: con
Lumbreras, el proceso de evolución autónoma de la civilización andina; con
Flores, la dinámica social de los periodos colonial y republicano; con Montoya,
el carácter de nuestra estructura social antes de la Revolución Peruana, que
según mi opinión la cambió radical y definitivamente; y, finalmente, otra vez
con Montoya, el desarrollo de la postulación más importante de la propuesta arguediana,
que constituye una alternativa entre otras posibles frente al proyecto
neoliberal, el cual según mi opinión ya ha sido agotado.
Como
quiera que los participantes en este debate todavía libresco, con excepción de
Mario Vargas Llosa, son próximos o se inscriben explícitamente dentro de la
tradición mariateguista, opino que mediante el proceso aquí explicitado se ha
gestado entre nosotros un proyecto nacional mariateguista del que no somos
todavía plenamente conscientes y que puede constituir un vector interesante
para la conformación nacional durante el siglo XXI y que, cuando menos, es
merecedor de un amplio debate.
Cuzco,
diciembre de 2011
Antonio Zapata |
“Aunque el Perú es un país viejo, recién se está construyendo una nación”
Gonzalo Portocarrero
La colonización no se restringe a un período
específico. ¿Qué es lo que puede abarcar?
En un
sentido amplio todos los seres humanos hemos sido colonizados en cuanto
hemos sido socializados en el interior de relaciones, a través de las cuales se
nos imponen ciertos mandatos o ciertas formas de ser. No obstante, en un
sentido más restringido, la colonización tiene que ver con esta ‘socialización’
o imposición hecha con violencia y subordinación, como una forma de dominación.
Es el proceso que se dio sobre todo en el siglo XV y XVI, en el encuentro entre
Europa y el mundo indígena de América, donde no hubo precisamente un diálogo
sino una imposición violenta.
Esta imposición violenta, también es a nivel
ideológico.
Es lo que
también puede llamarse la modernización del imaginario, es decir, el hecho de
que ‘vales en la medida en que eres lo que deseo que seas, si no no vales’, que
la única manera que puedas ser tomado en cuenta es ‘si encarnas ciertos modelos
de idealidad que yo impongo’, por eso la colonización se justifica con la idea
de la evangelización; que es supuestamente para miembros indígenas y así puedan
salvar sus almas. Luego, en el siglo XIX, los indígenas son sometidos a la
servidumbre para que entren en la “civilización”.
¿Cómo se presenta la resistencia en el proceso de
descolonización?
Algunos
dirían que el pueblo dominado es reconfigurado casi de raíz y se convierte
entonces en un pueblo mestizo que ha absorbido la cultura dominante preservando
en algunos momentos sus costumbres propias. Otros dicen que más que un
mestizaje, lo que hay es una suerte de un proceso esquizofrénico, en el sentido
de que hay una fragmentación, se puede decir que estos pueblos tienen varias
caras: una que se asemeja al colonizador -que quizás es la más pública- y la
otra cara que es la que se presenta cuando se acercan a los otros. Entonces no
hay una integración, sino que más bien antes que el mestizaje lo que prevalece
es una desintegración, una tendencia a la disociación y esto se tiene que ver
caso por caso.
Este proceso de resistencia también se puede dar
mediante la violencia.
Hay toda una
serie de hitos en el proceso de descolonización. La independencia y la construcción
de la República en nuestro país podría ser uno de ellos. Es un proceso
restringido sobre todo al mundo criollo, que no llega realmente a comprometer o
incluir al mundo indígena. A escala internacional, la descolonización se hace
después de la II Guerra Mundial y en un inicio es una reacción violenta. Un
ejemplo es el caso de Argelia, que conquista su independencia en Francia con el
uso de la violencia. Un teórico importante mencionaba que la descolonización es
el momento afirmativo del colonizado: para que este pueda sentirse una persona
libre, tiene que enfrentar al colonizador empleando la violencia y humanizarse,
sacudirse de los reflejos serviles que lo atan, esta es una visión radical pero
también puede ser desde un proceso más gradual y paulatino pero no por eso
menos importante.
¿Cómo es que este proceso de resistencia ha modificado
el discurso de peruanidad?
Lo que
tenemos en nuestro país es el discurso criollo tradicional que no es
explícitamente inclusivo, no es un discurso interiorizado por la mayor parte de
la población del país que se siente excluido, pero el imaginario de nación, de
colectividad, tiene que descolonizarse, el dejar de pensar que debemos ser como
otros y tratar de primero ver lo que realmente somos a través de un rescate de la
tradición, una revalorización de lo que siempre ha sido negado.
Usted mencionaba que los procesos para descolonizarse
eran la ruptura y reparación del trauma. ¿Dónde podríamos ubicarnos?
Aunque el
Perú es un país viejo, recién se está construyendo una nación; si
entendemos por nación a una colectividad donde el sentimiento de fraternidad e
igualdad son el sentido común y el comportamientos cotidiano, todavía
consideramos mucho la jerarquía. Esta es una nación muy incipiente, todavía
está consolidándose y el síntoma de esto es la poca vigencia de la ley. La
gente ve en el otro un diferente, un inferior o un superior, entonces no se
siente la llamada a tratar al otro como un igual. Sin embargo, creo que se está
avanzando, ser una nación es el único camino histórico que nos queda, es
la única posibilidad para que seamos una sociedad más cívica, más ordenada,
mientras haya la reproducción de esos traumas, de la exclusión, de la
jerarquía, vamos a tener siempre conflictos, va a reinar la desconfianza y la
delincuencia. Es la llamada ‘herencia colonial’, que aunque no nos demos
cuenta, todavía está ahí.
Se ha venido difundiendo una visión de la historia peruana según la cual la revolución militar de Juan Velasco Alvarado de 1968 fue un fenómeno exótico, inexplicable, que vino a interrumpir el recto camino del Perú hacia el progreso. ¿Es eso cierto?
No lo era para la CIA, que desde comienzos de la década del 60 mostraba una viva preocupación por el potencial revolucionario que, según ellos, portaba la situación peruana. Revisando los materiales desclasificados de la agencia de inteligencia norteamericana llama la atención la precisión de algunos de sus diagnósticos, que contrastan con la miope visión de la mayoría de los políticos peruanos de entonces.
El 1º/5/63 se realizó en Washington una reunión de la comunidad de la inteligencia norteamericana, el estado mayor conjunto y la CIA, para evaluar la situación peruana. La mayor preocupación era que pudiera llegar al poder un gobierno radical en el Perú, como había sucedido en Cuba en 1959. Se discutió según un diagnóstico preparado por la CIA (Case Number: EO-1993-00006. Release Decision: RIFPUB. “Political Prospects in Peru”, 5/1/63).
El diagnóstico de la CIA partía señalando que en el Perú no existía una efectiva unidad nacional, “entendida como un lenguaje y una cultura común”. Según el protocolo de la reunión, el Perú estaba dirigido por una oligarquía, principalmente blanca, que habitaba en Lima y el área costera, que ejercía el poder respaldada por las FFAA y por la Iglesia. Más de la mitad de los 11 millones de habitantes eran indios analfabetos, pauperizados, que hablaban sus propias lenguas y vivían en una economía de subsistencia bajo un sistema de dominio semifeudal, apartados de la sociedad moderna. La mayoría de los mestizos, que constituían aproximadamente la tercera parte de la población, no vivían mucho mejor que los indios, aunque formaban parte de la gran fuerza de trabajo urbana.
La presencia de la cordillera de los Andes hacía muy difícil el transporte y las comunicaciones. El sector moderno de la economía estaba confinado a la costa, donde se concentraba alrededor del 30% de la población, la agricultura comercial, la producción petrolera, manufacturera y el comercio, y se producía más de la mitad del Producto Bruto Interno. La sierra representaba el 27% del total del territorio, pero albergaba al 55% de la población nacional. Proveía de minerales y algunos productos agrícolas, pero más de cinco millones de indígenas vivían en “condiciones primitivas”, al margen de la economía monetaria. La selva estaba completamente aislada del resto del país.
La situación macroeconómica era buena; se creía que la tasa de crecimiento del 4 o 5% anual de las dos décadas anteriores se incrementaría a 5.5%. Era improbable, sin embargo, que el progreso económico fuera compartido. El ingreso per cápita en la sierra era semejante al de la estancada Bolivia y la pobreza en la selva podría compararse con la de Haití. En la costa el ingreso era semejante al promedio de América Latina, pero había grandes disparidades de riqueza y bienestar: “En Lima y otras ciudades el consumo ostentoso coexiste con la pobreza más abyecta”.
Los gobiernos peruanos, concluía el documento, no habían estado dispuestos a hacer los sacrificios necesarios ni a afrontar los riesgos para producir los profundos cambios sociales y económicos que requería el país. La estabilidad política del Perú dependería decisivamente de la habilidad y la decisión del gobierno para responder a las demandas populares de bienestar económico y seguridad. “Esta situación –concluía el cónclave de la inteligencia norteamericana– augura una desintegración de la estructura social y económica peruana. A menos que las fuerzas moderadas logren realizar un cambio ordenado probablemente los liderazgos radicales conseguirán la oportunidad para ensayar sus métodos” (National Intelligence Estimate. NIE 97-63. Washington, May 1, 1963. CIA Files, Job 79-R01012A, ODDI Registry. Secret). Dos años después estallaron las guerrillas del MIR y el ELN y el 68 Velasco Alvarado tomó el poder.
Medio siglo después, ciertas cosas no cambian.
www.nelsonmanrique.com
El Perú de los 60, según la
CIA
Nelson Manrique, La República, Martes 06 de marzo del 2012
Se ha venido difundiendo una visión de la historia peruana según la cual la revolución militar de Juan Velasco Alvarado de 1968 fue un fenómeno exótico, inexplicable, que vino a interrumpir el recto camino del Perú hacia el progreso. ¿Es eso cierto?
No lo era para la CIA, que desde comienzos de la década del 60 mostraba una viva preocupación por el potencial revolucionario que, según ellos, portaba la situación peruana. Revisando los materiales desclasificados de la agencia de inteligencia norteamericana llama la atención la precisión de algunos de sus diagnósticos, que contrastan con la miope visión de la mayoría de los políticos peruanos de entonces.
El 1º/5/63 se realizó en Washington una reunión de la comunidad de la inteligencia norteamericana, el estado mayor conjunto y la CIA, para evaluar la situación peruana. La mayor preocupación era que pudiera llegar al poder un gobierno radical en el Perú, como había sucedido en Cuba en 1959. Se discutió según un diagnóstico preparado por la CIA (Case Number: EO-1993-00006. Release Decision: RIFPUB. “Political Prospects in Peru”, 5/1/63).
El diagnóstico de la CIA partía señalando que en el Perú no existía una efectiva unidad nacional, “entendida como un lenguaje y una cultura común”. Según el protocolo de la reunión, el Perú estaba dirigido por una oligarquía, principalmente blanca, que habitaba en Lima y el área costera, que ejercía el poder respaldada por las FFAA y por la Iglesia. Más de la mitad de los 11 millones de habitantes eran indios analfabetos, pauperizados, que hablaban sus propias lenguas y vivían en una economía de subsistencia bajo un sistema de dominio semifeudal, apartados de la sociedad moderna. La mayoría de los mestizos, que constituían aproximadamente la tercera parte de la población, no vivían mucho mejor que los indios, aunque formaban parte de la gran fuerza de trabajo urbana.
La presencia de la cordillera de los Andes hacía muy difícil el transporte y las comunicaciones. El sector moderno de la economía estaba confinado a la costa, donde se concentraba alrededor del 30% de la población, la agricultura comercial, la producción petrolera, manufacturera y el comercio, y se producía más de la mitad del Producto Bruto Interno. La sierra representaba el 27% del total del territorio, pero albergaba al 55% de la población nacional. Proveía de minerales y algunos productos agrícolas, pero más de cinco millones de indígenas vivían en “condiciones primitivas”, al margen de la economía monetaria. La selva estaba completamente aislada del resto del país.
La situación macroeconómica era buena; se creía que la tasa de crecimiento del 4 o 5% anual de las dos décadas anteriores se incrementaría a 5.5%. Era improbable, sin embargo, que el progreso económico fuera compartido. El ingreso per cápita en la sierra era semejante al de la estancada Bolivia y la pobreza en la selva podría compararse con la de Haití. En la costa el ingreso era semejante al promedio de América Latina, pero había grandes disparidades de riqueza y bienestar: “En Lima y otras ciudades el consumo ostentoso coexiste con la pobreza más abyecta”.
Los gobiernos peruanos, concluía el documento, no habían estado dispuestos a hacer los sacrificios necesarios ni a afrontar los riesgos para producir los profundos cambios sociales y económicos que requería el país. La estabilidad política del Perú dependería decisivamente de la habilidad y la decisión del gobierno para responder a las demandas populares de bienestar económico y seguridad. “Esta situación –concluía el cónclave de la inteligencia norteamericana– augura una desintegración de la estructura social y económica peruana. A menos que las fuerzas moderadas logren realizar un cambio ordenado probablemente los liderazgos radicales conseguirán la oportunidad para ensayar sus métodos” (National Intelligence Estimate. NIE 97-63. Washington, May 1, 1963. CIA Files, Job 79-R01012A, ODDI Registry. Secret). Dos años después estallaron las guerrillas del MIR y el ELN y el 68 Velasco Alvarado tomó el poder.
Medio siglo después, ciertas cosas no cambian.
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