Reforestación versus regeneración natural en
tierras degradadas
Marc Dourojeanni
En esta época, prácticamente toda iniciativa, por el mero hecho de existir, se convierte en “opuesta” a otra y por eso tiene defensores y detractores. Ni siquiera el aparentemente neutro tema de la recuperación de tierras degradadas escapa a esa dualidad. En efecto, hay los que proponen reforestarlas, es decir plantar árboles, y hay los que prefieren dejar que la naturaleza siga su curso en ellas. Los partidarios de ambos grupos olvidan que esas alternativas, y sus muchas posibilidades intermediarias, son perfectamente complementarias. Este tema, como tantos otros, parece haber caído en el antagonismo radical, estéril e infundado que tanto gusta a los peruanos. El buen resultado de la COP21, con sus promesas de recursos económicos significativos para frenar el cambio climático mediante la restauración de ecosistemas degradados, ha reactivado el debate.
¿TIERRAS
DEGRADADAS?
Hablar de
tierras, ecosistemas, zonas o áreas degradadas no es tan fácil como parece. Tierra
degradada no es exactamente lo mismo que ecosistema degradado y tampoco
equivale a suelo, bosque o pasto degradado aunque en general todas estas formas
de degradación son asociadas o partes de lo mismo. Tierra degradada se
puede definir como espacios que han perdido toda o parte de su capacidad de
producir bienes o de generar servicios ambientales.
Según las
Naciones Unidas, el 25% de las tierras cultivadas del mundo están degradadas.
En ellas es preciso restaurar la fertilidad perdida. En el Perú hay mucha
tierra cultivada degradada en sus tres regiones naturales. En la Costa, la
causa principal es la salinización, en la Sierra la causa dominante es la
erosión hídrica y, en la Selva, la pérdida de fertilidad se combina con la
erosión en su parte alta. Tanto las causas como las características de la
degradación de las tierras son muy diferentes en cada región natural, aunque el
origen es casi siempre la actividad humana.
Si se
discute el tema del cambio climático, las tierras degradadas que más interesan
no son siempre aquellas a que se refiere el párrafo anterior. En el caso
peruano se trata, más bien, de tierras deforestadas abandonadas y/o
subutilizadas que se localizan en su mayor parte en la Selva Alta y en la
Selva. Son de 7 a 10 millones de hectáreas, dependiendo del criterio adoptado
para medir la deforestación y para definir el uso de la tierra, excluyendo la
porción deforestada que cada año produce algo y que se estima en 2 a 3 millones
de hectáreas incluyendo cultivos anuales, perennes, agroforestales y ganadería
(pastos). O sea que se trata de muchísima tierra que perdió su cobertura
forestal original y que actualmente está desnuda o cubierta de pastos extremadamente
pobres, helechos o vegetación secundaria de diferentes tipos pero, en general,
de bajísima productividad o sin uso. Esas tierras suelen estar sometidas a
incendios anuales y a erosión hídrica, circunstancias que año a año las degrada
más, emitiendo asimismo enormes cantidades de carbono a la atmósfera. Pero, una
parte importante de las tierras de la Sierra, más secas, ostentan una situación
similar y podrían beneficiarse de operaciones de restauración aunque por
razones obvias las alternativas tecnológicas a aplicar serían diferentes de las
que servirían en la Selva Alta. En la Costa, la restauración se orienta a
recuperar bosques secos, especialmente en su parte norte, para evitar la
desertificación. Pero, en esta nota, se pretende hablar únicamente de las
tierras degradadas de la Amazonía.
Es obvio
que el primer paso, en un país que ya deforestó tanto y que sólo aprovecha una
fracción de eso, es evitar seguir deforestando. Por eso, la prioridad absoluta
es intensificar el uso de la tierra ya deforestada, reincorporándola a la
producción agropecuaria mediante la reconstrucción de la fertilidad del suelo. Eso
es lo que se insiste debería hacer la agricultura de exportación, por ejemplo
la de palma aceitera, en lugar de seguir destruyendo bosques naturales. Esa
modalidad de agricultura intensiva tiene la capacidad financiera y técnica para
rehabilitar suelos y producir competitivamente. También pueden usarse para la reforestación, con especies nativas o exóticas,
con fines industriales.
Pero no
todos los suelos de las tierras degradadas pueden ser rehabilitados para
agricultura, pecuaria o producción de madera, pues, por sus
características propias o por la topografía, son muy frágiles, erosionables o
pobres. En esos casos surgen otras alternativas de uso, como las que apuntan a
la prestación de servicios ambientales. En esos casos se habla, popularmente,
de restauración forestal.
REFORESTACIÓN
La opción
de realizar plantaciones forestales es obvia para aprovechar tierras degradadas
cuyos suelos aún tienen potencial para ese propósito. Y, en efecto, hay
muchísimo espacio disponible para producir, comercialmente, madera y otros
productos forestales. A eso puede llamársele “restauración de tierra degradada”
pero, en opinión del autor, eso es simplemente una actividad económica tan
convencional como lo sería, en el mismo lugar, plantar cacao o café o palma
aceitera. Los que la realicen deberán invertir en mejorar y adecuar el suelo
antes de comenzar a plantar y, con certeza, deberán abonarlo hasta la etapa de
producción. Merece incentivos pues esas plantaciones son beneficiosas en
todo sentido: contribuyen al crecimiento económico, brindan empleos, evitan más
deterioro del suelo, contribuyen a frenar la deforestación y la explotación de
madera de bosque natural y, también, fijan carbono.
El costo
de las plantaciones forestales convencionales, desde la preparación del
terreno, los viveros y el plantío hasta la cosecha pasando por los raleos,
varía muchísimo. Desde unos 2 mil hasta 10 mil dólares por hectárea. No es,
pues, cosa barata y aunque perfectamente rentable si bien conducida, requiere
de capital y de seguridades.
Desde el
punto de vista de mitigación del cambio climático estas plantaciones forestales
en tierras degradadas o subutilizadas son, sin duda alguna, muy valiosas y por
eso ellas deben poder beneficiarse de los fondos que se supone estarán
disponibles. Más aún si son realizadas por agricultores pequeños o medianos
dispuestos a usar parte de sus propiedades para ese fin. Pero, debido a su
costo y al hecho de que no pueden hacerse en todos los lugares degradados que,
en la Amazonía Andina cubren áreas inmensas, subsiste la necesidad de usar
otras alternativas, más extensivas y baratas, que por su extensión contribuyan
más significativamente a fijar carbono y a mantener el buen funcionamiento del
ciclo hidrológico. Para eso está la regeneración natural.
REGENERACIÓN
NATURAL
La
regeneración natural típica es la que se produce sin intervención humana y que,
para darse, solo necesita que se le brinde una oportunidad. Después de
abandonado el cultivo o el pastizal, aparecen especies arbóreas pioneras que
inician una sucesión vegetal que después de un cierto número de años lleva a un
bosque secundario denso que muchas décadas después, si dadas las condiciones,
puede volver a ser un bosque parecido aunque no igual al original. En sus
primeras etapas la sucesión puede dar lugar a rodales casi tan homogéneos como
una plantación. Pero eso depende de si subsisten en el suelo semillas o de si
existen en relativa proximidad las especies que las proveen para que los
elementos o la fauna las dispersen. Cuando la deforestación se produce sobre
áreas muy extensas o el suelo lleva décadas dedicado a la ganadería extensiva,
dejando el suelo compactado, o si su vegetación es reiteradamente quemada, la
sucesión vegetal que se produce puede ni siquiera contener arbustos o árboles,
por lo menos en sus primeras etapas y su restauración a nivel de bosque es
lenta.
De un
modo u otro, especialmente si los suelos son pobres y no aptos para
agricultura, ganadería o plantaciones forestales, la regeneración natural es la
forma más barata y eficiente de restaurar las áreas degradadas. Lo único que es
esencial para que funcione es evitar la incidencia de fuego y del pastoreo.
Dicho sea de paso, fajas cortafuego y cercos también son necesarios para
el buen manejo de las plantaciones forestales y de los pastos, lo que permite
integrar las actividades y diluir los costos. Como explicado, la regeneración
llevará más o menos tiempo en función de la presencia de semillas y del grado
de degradación pero, en esos casos, suele no haber prisa y, ya en pocos meses y
con certeza después de un año, el suelo estará revestido de alguna forma de
vegetación que lo protege contra la erosión y que regula el flujo hídrico. A
igualdad de condiciones la regeneración natural es muchísimo más rápida
que la reforestación para recrear un bosque.
El costo
de permitir la regeneración natural es mucho menor que el de la reforestación.
Sin embargo, dependiendo de los factores mencionados en plazos de 5 a 10 años,
la biomasa forestal de la regeneración natural puede almacenar tanto o más
carbono que una plantación industrial de la misma edad, además de ser mucho más
eficiente para regular flujos hídricos, conservar el suelo y permitir el
desarrollo de la diversidad biológica. Más aún, la regeneración natural reconstruye la
fertilidad del suelo, equilibrando la disponibilidad de nutrientes, mientras
que en la reforestación es preciso abonar. Si el dueño de esos bosques tiene
acceso a las compensaciones que merece por los servicios ambientales generados
puede ganar buen dinero.
Entre la
regeneración natural y la reforestación, hay un sinfín de alternativas
intermediarias que han sido probadas y que funcionan bien dependiendo de los
lugares y de las condiciones. Estas incluyen plantar en cada hectárea unos
pocos árboles pioneros muy rústicos, como por ejemplo el cetico (Cecropia),
cuyos frutos atraen murciélagos y aves que dispersan semillas o forman
bosquetes aislados con los mismos, a partir de los cuales ocurre la dispersión.
También se puede comenzar el proceso de recuperación a partir de la
ribera de ríos y riachos, donde en general queda un poco de vegetación ribereña
y porque el agua trae semillas de partes más altas mejor preservadas, etc. Pero
lo ideal es que al momento del desbosque se prevea no eliminar radicalmente
toda la vegetación original, como lo manda la ley, pues en ese caso la regeneración
natural tiene vía libre y es rápida.
La
regeneración natural, si es asistida y bien conducida, rinde otros beneficios.
En efecto, si se le aplican medidas simples de manejo forestal se puede
producir madera con crecientemente buena demanda en los mercados locales. Esa técnica es conocida como
manejo de purmas y apenas requiere de sentido común y de un machete.
Este último se usa para cortar lianas o plantas indeseables y hacer raleos para
dar espacio a los árboles más comerciales. Eso está al alcance de cualquier
campesino. Estos, con menos frecuencia que deseable, pueden enriquecer sus purmas
plantando en ellas algunos ejemplares por hectárea de especies de maderas
finas, como cedro o caoba. Así valorizan sus purmas que además de
servicios ambientales puede producir madera.
Del mismo
modo se puede, a partir de una plantación forestal convencional, hacerla más
ecológica permitiendo cierto nivel y forma de regeneración natural que
enriquece biológicamente el bosque y que aumenta su capacidad de fijar carbono
además de poder sustituir a los árboles que se extraigan para producir madera.
Se pueden llevar en paralelo dos rotaciones forestales, una basada en la
plantación y otra basada en el manejo de la vegetación secundaria.
EN
CONCLUSIÓN
En
conclusión las plantaciones forestales y la regeneración natural son
complementarias y ambas tienen igual importancia para el futuro amazónico y
para aprovechar los recursos que se espera estarán disponibles después de la
COP21. La reforestación tiene la ventaja de ofrecer más empleo y una activación
de la economía más rápida y significativa. También tiene una viabilidad
económica elevada y más obvia. Por eso atrae inversionistas y profesionales
forestales y su futuro depende del financiamiento y de avanzar más rápidamente
el proceso de regularización de la tenencia de la tierra en la región.
La
regeneración natural, en cambio, es la mejor alternativa de reconstitución de
los ecosistemas sobre áreas grandes y de proveer servicios ambientales
esenciales como fijación de carbono, conservación de la biodiversidad y
mantenimiento del funcionamiento del ciclo hidrológico. Su viabilidad depende
esencialmente de que esos servicios sean recompensados brindando a los que
permiten que ocurra el beneficio correspondiente. Alguien debe pagar por frenar
el cambio climático o por evitar las trágicas inundaciones seguidas de secas en
la parte baja de la cuenca amazónica o por el agua que transpira la Amazonía
para regar las pampas argentinas. Su realización depende mucho de asistencia
técnica y de educación ambiental y, obviamente, de recursos para lanzar el
programa, incluyendo cercos y cortafuegos. Es decir que en esto los gobiernos
tienen un rol esencial a cumplir.
A
mediados de los años 1970 el autor fue invitado a formar parte de un grupo de
expertos forestales para hacer sugerencias para el manejo del Bosque Nacional
Tapajoz, en el Estado de Pará, Brasil. Como paso previo el grupo visitó el
primer experimento amazónico de reforestación desarrollado unos 20 años antes
por la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en un
sitio llamado Curuá-Una. Eran docenas de parcelas experimentales y de sus
repeticiones. La frustración del grupo crecía a medida que se observaba, uno a
uno, el decepcionante resultado de todas las plantaciones de especies nobles,
sean estas nativas o exóticas. Fue cuando, para alivio de todos, se observó una
parcela con árboles gigantescos, de fustes rectos, que prometían volúmenes
excepcionales de madera por hectárea. Para sorpresa general esa era una de las
parcelas testigo, es decir aquellas en las que no se plantó nada. Era
regeneración natural. Fue una lección inolvidable.
45% de territorios campesinos en Perú está
concesionado a empresas mineras
El colectivo Macrosur organizó un foro donde
congresista Mendoza expuso iniciativa para ordenar el territorio en función a
su actividad productiva y urbana.
Por Juan
Luis Silvera Quispe.
El 45% de territorios campesinos fue concesionado a empresas que tienen interés en explotar oro, plata y cobre. Esa cifra figura en el proyecto de la congresista Veronika Mendoza, que apunta a proponer un ordenamiento territorial. Es cierto, la inversión minera significa millonarios ingresos para los privados, puestos de trabajo y jugosas rentas al Estado pero en desmedro de los nativos.
El 45% de territorios campesinos fue concesionado a empresas que tienen interés en explotar oro, plata y cobre. Esa cifra figura en el proyecto de la congresista Veronika Mendoza, que apunta a proponer un ordenamiento territorial. Es cierto, la inversión minera significa millonarios ingresos para los privados, puestos de trabajo y jugosas rentas al Estado pero en desmedro de los nativos.
Para los campesinos, la tierra tiene un significado vital. Representa una
deidad, la única herencia, dijo Mendoza la semana pasada en un foro sobre
Ordenamiento Territorial (OT) y Zonificación Ecológico Económica (ZEE),
desarrollado en el Colegio de Arquitectos de Arequipa.
Durante la exposición precisó que la disputa de tierras se ha convertido en
la principal causa de conflictos sociales en los últimos años (ver infografía).
"El Estado entrega concesiones que se superponen a terrenos donde hay
poblaciones enteras; esto debe frenarse", agregó.
Eso ocurrió en el distrito de Morococha (provincia de Yauli), en Junín. Más
de cinco mil pobladores serán reubicados a una nueva ciudad para permitir el
proyecto minero Toromocho. Era la única alternativa para explotar los 1,562
millones de toneladas de cobre y plata que estaban debajo del poblado.
A decir de Mendoza, la migración de la gente de las zonas altoandinas a las
grandes ciudades ha dado carta libre a la cesión de esos territorios. Sin
embargo, no hay rigurosidad para verificar si hay ocupación urbana. De este
proceso se encarga el Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico.
Para el gerente regional de Energía y Minas, Alberto Butrón, la principal
causa de estas cesiones se debe a que estas propiedades no están inscritas en
Registros Públicos. "Encima, para obtener una concesión basta con
identificar el terreno, pagar 3 dólares por hectárea para la gran minería y un
dólar para la mediana", explicó. El funcionario admitió que en poblados de
Caravelí y Caylloma hay mineras que quieren desalojar a los comuneros.
"Si hasta terrenos de Majes I y II fueron entregados como
concesión", dijo. Es que la legislación peruana, al no contar con planes
de OT y ZEE, permite estas superposiciones.
UN ALTO A LA MINERÍA
Con el afán de poner fin al desorden, la legisladora Verónika Mendoza
presentó el proyecto de ley Nº 2522 que regula el ordenamiento territorial.
La norma consiste en identificar las áreas campesinas, protegidas, de
pueblos nativos, urbanas, etc. Con esa información, las concesiones mineras se
entregarían en espacios que no impliquen perjuicio a comunidades o al medio
ambiente. Esta responsabilidad estaría a cargo del Ministerio del Ambiente, ya
que existen 18 normas nacionales que le reconocen este tipo de
facultades.
"Con una ordenanza regional, las regiones validarán esta norma por 10
años; después podrá ser modificada de acuerdo a los cambios geográficos",
detalló la legisladora. La propuesta detalla también que si una región no
cuenta aún con su proyecto de OT, podrá tener "opinión vinculante"
sobre cualquier proyecto aurífero.
"De esta forma, el país crecería de forma ordenada; mientras tanto,
las actuales concesiones pueden quedarse congeladas", propuso
Mendoza.
IMPORTANTE
El coordinador del proyecto ZEE en Arequipa, Gustavo Delgado, explicó que
el proceso de zonificación permite conocer los sectores de desarrollo
económico, ecológico y rural de una región.
"Son planes muy necesarios para proyectarnos a futuro. Una suerte de
mapas que nos indicará las zonas más adecuadas para crecer como una sociedad
responsable y ordenada", explicó.
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