Homenaje al Cusco
La
ciudad de Cusco cuenta desde la década de los años treinta del siglo
pasado con planes de desarrollo, los mismos que fueron elaborados de
acuerdo a los diversos enfoques. En 1934, con
ocasión de la conmemoración del IV Centenario de la fundación española se
constituyó una comisión, la cual entre otras actividades, encargó al Arqto.
Emilio Harth – Terré, la formulación de un
“Plano Sistemático de Orientación Reguladora del Centro Urbano del Cusco”[1]. En
1948 el Ministerio de Fomento confió al ingeniero
Luis Dorich la responsabilidad de elaborar el “Plan Piloto Regulador del Cusco”[2].
El terremoto del 21 de mayo de 1950 destruyó y
deterioró el 99.48% de las construcciones de la ciudad de Cusco, según el
historiador José Tamayo Herrera. Después del terremoto llegó
la Misión UNESCO presidida por el Dr. George Kubler, Jefe del Departamento de
Historia del Arte de la Universidad de Yale y el arquitecto Luis Mac Gregor
Cevallos, restaurador mexicano, a los que se sumó el arquitecto cusqueño Oscar
Ladrón de Guevara Avilés, quienes elaboraron un informe detallado de los daños
causados por el terremoto, el plan para la restauración y reconstrucción de la
ciudad y el costo que demandaría[3]. El Plan Kubler identificó cuatro (04) zonas:
Zona I: Zona histórica de valor arqueológico notable.
Zona a conservar.
Zona II: Zona urbana modificable. Para lo que se
alentaba acciones de revitalización.
Zona III: Zona urbana totalmente remodelable.
Zona IV: Zona urbana de expansión futura.
Vale decir con excepción de la
Zona I, para la que se estableció la obligatoriedad de la restauración de los
edificios calificados como importantes de la época colonial, sobre todo
religiosos, las demás, incluidas las construcciones incas no fueron objeto de
preservación, por tanto, el resto de la ciudad podía ser intervenida para
transformarla en una ciudad moderna.
Las medidas económicas, políticas y sociales dictadas
para la reconstrucción de la ciudad propiciaron transformaciones en su traza y
configuración urbana. En ese contexto hay que ubicar el “Plan Piloto Para el
Desarrollo Urbano del Cusco” elaborado por el Arq. Luis Miró Quesada a solicitud de la Oficina Nacional de
Planeamiento y Urbanismo[4], quien en la Memoria del
Plan sostuvo: “Es el momento de tomar
decisiones, o continuar durmiendo o erguirse para seguir adelante. Podemos
limitarnos a remendar o podemos decidir y renovar. La decisión en el Plan es
renovar”.[5]
El Plan Piloto fue aprobado el 07 de mayo de 1952 para lo que previamente se
emitió la Resolución Suprema Nº 282. 26.09.1951.[6]
A pesar que este plan fue el
más elaborado hasta ese entonces bajo los cánones del urbanismo moderno, en
función a la grilla CIAM era incompatible con el carácter histórico y
monumental de Cusco, no obstante ello, su aplicación parcial trajo consigo la
demolición de casonas edificadas sobre muros de piedra de factura inca, el
ensanchamiento y la modificación de muchas calles y manzanas del Centro
Histórico Monumental (CHM), lo que fue detenida por la decidida acción de
cusqueños e instituciones internacionales que no permitieron que la ciudad
continuara siendo arrasada, como cuando pretendieron demoler cuatro manzanas
colindantes con la plaza mayor, para
emplazar en ella el Centro Cívico.
En los últimos 50 años se han elaborado diversos
planes urbanos[7]:
“Plano de Zonificación”. 1964; “Esquema de Expansión Urbana”. 1972; “Plan
Director del Cusco”. 1979; “Plan Cusco”. 1987; “Código Municipal para la
Protección de la Ciudad Histórica del Qosqo 1992”. “Plan de Desarrollo Urbano
de la Ciudad del Qosqo”. 1993. “Plan Cusco 2000”. Plan Director de la ciudad
del Cusco”. 2000; “Esquema de Acondicionamiento Territorial”. 2000; “Plan Maestro del Centro Histórico del
Cusco” y su Reglamento. 2005; “Plan de
Desarrollo Urbano de la Provincia del Cusco 2006-2011” y su Reglamento.
2006; “Plan de Acondicionamiento
Territorial de la Provincia del Cusco 2006-2016”. 2006; “Sistema de Inversiones
Urbanas de la Provincia del Cusco 2006-2011”. 2006.
Mediante
la Ordenanza Municipal N° 032-2013-MPC de fecha 22 de octubre de 2013 fue
aprobado el Plan de Desarrollo Urbano de la Provincia del Cusco 2013-2023, su
respectivo Reglamento y el Programa de Inversiones Urbanas, con la siguiente
Visión al 2023: “Cusco, Patrimonio Cultural de la Humanidad, ciudad metropolitana, con
calidad ambiental, líder en la gestión de riesgo de desastres, económicamente
competitiva, con una gestión participativa, eficiente y sostenible, donde sus
ciudadanos han mejorado su calidad de vida en equidad e inclusión social”.
Hemos
ingresado al segundo decenio del siglo XXI, el cual demanda desde las tareas
pendientes para la ciudad de Cusco cambio y transformación, desarrollo
sostenible y competitividad en esta nueva etapa del conocimiento y de la
globalización. Es impostergable por los merecimientos que tiene el Cusco como
Patrimonio Cultural de la Humanidad y por su carácter cosmopolita convertirla
en una ciudad sostenible, digital y de marca como ocurre con sus similares.
La
ciudad digital es aquella donde está considerablemente implantada la sociedad
de la información y del conocimiento en sus ámbitos residencial, trabajo,
servicios públicos y actividades privadas en temas como: teletrabajo,
teleformación, teleadministración, comercio/negocio electrónico, telemedicina,
cultura, ocio, turismo. Todo ello basado en redes de alta velocidad con lo que
se generarán servicios de calidad y alto contenido ciudadano, estrechar los
lazos del gobierno con la comunidad, fomentar la participación ciudadana, uso
intensivo de las tecnologías de la información, las telecomunicaciones y del
internet.
La
marca de nuestra ciudad debe guardar relación con los reconocimientos que a
nivel mundial tiene, por ello debemos posicionarla en la red global de ciudades
mediante un conjunto de representaciones coherentes basadas en nuestra
historia, sobria arquitectura y el patrimonio inmaterial. Cusco, debe
permanentemente expresar que es una ciudad culta, ilustrada, creativa, próspera
y recreativa, es decir, la ciudad de los ciudadanos.
Preservar y proteger el patrimonio no es una labor que se reduzca a la restauración de fachadas, estatuas y monumentos. Un monumento es pieza fundamental en la memoria de una nación. Pero, crear una pieza artística, una obra arquitectónica y un elemento urbano, requiere de elementos e insumos físicos para su construcción.
Estos insumos presentan particularidades que guardan proporción con su magnitud y representatividad, por ello, es una desatinada e irresopetuosa decisón de la actiual gestión municipal, imponer una anodina estatua a un inca en nuestra plaza mayor. La presencia de monumentos en las ciudades son factores para la construcción de la identidad cukltural comno la Torre Eiffel o el Inti Huatana, pero de ninguna manera un factor de enfrentamiento, comno ahora sucede.
Preservar y proteger el patrimonio no es una labor que se reduzca a la restauración de fachadas, estatuas y monumentos. Un monumento es pieza fundamental en la memoria de una nación. Pero, crear una pieza artística, una obra arquitectónica y un elemento urbano, requiere de elementos e insumos físicos para su construcción.
Estos insumos presentan particularidades que guardan proporción con su magnitud y representatividad, por ello, es una desatinada e irresopetuosa decisón de la actiual gestión municipal, imponer una anodina estatua a un inca en nuestra plaza mayor. La presencia de monumentos en las ciudades son factores para la construcción de la identidad cukltural comno la Torre Eiffel o el Inti Huatana, pero de ninguna manera un factor de enfrentamiento, comno ahora sucede.
Diversas
características califican a una ciudad como sostenible, entre ellas la que
propugna Richard Rogers[8],
quien considera que debe ser:
Una
ciudad justa; donde la justicia, los
alimentos, el cobijo, la educación, la sanidad y las posibilidades se
distribuyan debidamente y donde todos sus habitantes se sientan partícipes de
su gobierno;
Una
ciudad bella, donde el arte, la arquitectura y el paisaje fomenten la
imaginación y remuevan el espíritu;
Una
ciudad creativa, donde la amplitud de miras y la experimentación movilicen todo
el potencial de sus recursos humanos y permita una más rápida capacidad de
respuesta ante los cambios;
Una
ciudad ecológica, donde la relación entre espacio construido y paisaje sea
equilibrada que minimice los impactos ambientales y, donde las infraestructuras
utilicen los recursos de manera segura y eficiente;
Una
ciudad que propicie el contacto, donde el espacio público induzca a la vida
comunitaria y a la movilidad de sus habitantes, siendo la información
intercambiable tanto de manera personal como informativamente;
Una
ciudad compacta y poli céntrica, que proteja el espacio rural, integre a las
comunidades en el vecindario y optimice su proximidad;
Una
ciudad diversa, cuya diversidad propicie actividades anime, inspire y promueva
una comunidad humana vital y dinámica.
Sin
embargo, la dinámica socio-política de la mayor parte de ciudades no facilita
una relación fluida entre lo administrado y los poderes locales. Nuestra ciudad
no es la excepción, las buenas intenciones no han pasado de ser en el mejor de los
casos más que algunas actuaciones simbólicas. También es cierto que este
inmenso potencial de sostenibilidad urbana ha dejado experiencias, que
sumándolas nos permitirían configurar el prototipo de la ciudad sostenible. Sin
pretender ser exhaustivos, pero con la intención de que sirva de referencia se
requiere evaluar y actualizar los planes para formular otros, desburocratizar
las gestiones de los gobiernos locales y darle mejor uso a sus recursos, los
cuales prioritariamente deben atender a los sectores excluidos que carecen o
son deficitarios en infraestructura básica y de servicios, los mismos que,
paralelamente registran altos estados de desnutrición, tuberculosis, desempleo
y prácticas antisociales.
La
falta de Gestión contribuye al deterioro de la ciudad de Cusco.
Los
planes elaborados para el desarrollo del Cusco siempre han carecido de
continuidad y por tanto desbordados por la realidad por la falta de gestión,
concepto que hace referencia a la acción y al efecto de gestionar y
administrar. La gestión urbana para nuestra tierra, la entendemos como el
conjunto de acciones normativas, administrativas y operativas para alcanzar el
desarrollo sostenible.
La
ciudad de Cusco presenta diversos problemas que han sido tratados en diferentes
planes, sin embargo, la falta de gestión para el desarrollo sostenible contribuye
al deterioro de la ciudad, conforme se puede constatar en la ausencia del
tratamiento de laderas, prevención de desastres naturales, polución,
contaminación sonora y visual, delimitación y recuperación de riveras de ríos,
forestación y reforestación, decadencia ambiental urbana y del hábitat, tratamiento
de los residuos sólidos y aguas residuales, previsión ante desastres sísmicos, intervención
de cuencas, micro cuencas y quebradas.
Hemos
ingresado a este segundo decenio del siglo XXI con una población
mayoritariamente urbana a nivel mundial y nacional, cuyas demandas no guardan
relación con las actuales ofertas de alimentos, energía y agua, las que
agudizan aún más las profundas inequidades, polarizaciones e inseguridades en las ciudades de nuestro
tiempo. La gestión del desarrollo sostenible es un instrumento de planificación
expresado en planes, programas y proyectos para resolver los problemas
económicos, sociales, ambientales y de gobernabilidad, basado en una práctica
trasparente y libre de corrupción.
Para
que podamos vivir en la ciudad las condiciones de habitabilidad y calidad de
vida deben satisfacer nuestras expectativas y deseos. El problema está en que
las ideas dominantes y los propósitos conscientes que conforman la calidad de
vida de las personas están basados en el consumismo, la competencia, el poder,
la individualidad y la cultura del objeto, relegando cada vez más los conceptos
basados en la cooperación y solidaridad.
Con
este contexto la ciudad de Cusco debe enfrentar nuevos retos hasta llegar al
año 2021 -que es emblemático por ser el bicentenario de la independencia, el
referente numérico del siglo que vivimos, el Programa 21 y si no se altera el
proceso electoral corresponderá al cambio de gobierno nacional- lo que debe
significar la real mejora de sus instituciones, infraestructuras,
equipamientos, mobiliarios, etc. a fin de brindar adecuadas condiciones de
habitabilidad y seguridad a sus ciudadanos, en esa perspectiva inscribimos
nuestras propuestas para ser viables con la realidad.
Evidentemente
los problemas que se nos vienen son cada vez más complejos pero no imposibles
de ser resueltos, por lo que se requiere de una gestión urbana encaminada al
desarrollo sostenible porque:
Debemos
estar preparados para tener en la ciudad del Cusco el año 2021, una población
que supere los 600 mil habitantes, de los cuales no menos de cinco millones al
año será población flotante debido a los flujos de turismo y, una megalópolis
nacional en Lima con más de 11 millones. Evidentemente estas cifras reflejan la
profundización del centralismo que el neoliberalismo se encargó de ahondar en
la primera década del siglo XXI y de la aceleración del proceso de
urbanización.
Cusco
seguirá constituyendo el centro del sistema urbano regional con los actuales
roles y funciones, a los que se deberán adicionar el cultural, digital y de
marca, que serán desarrollados junto a la actividad turística, cuya
infraestructura debe ser orientada para servir también a diversas actividades
culturales nacionales e internacionales.
1] De Azevedo, P. 1982. Cusco. Ciudad histórica: continuidad y
cambio. PP. 101.
[2] Ibid. PP. 101.
[3] Ibid. PP.
102 .
[4] De Azevedo, P. 1982. Cusco. Ciudad histórica: continuidad y
cambio. PP. 102.
[5] Miró Quesada, L. 1952. Plan Piloto para el Desarrollo Urbano del
Cusco.
[6] Ibid. PP. 103.
[7] Municipalidad del Cusco. 2006. Plan de Desarrollo urbano de la provincia
del Cusco 2006-2011. PP. 15.
Introducción
El pensar
y decir de José María Arguedas es indudablemente la expresión del pensamiento y
la cosmovisión arraigados en la cultura andina o indígena (Elmar 2005:
142-143), de los condenados sufrientes y pisoteados en sus tierras por el
europeo conquistador que ha organizado un mundo que gira en torno a las «balas
y el billete»; un mundo condenado a su destrucción.
Su obra
escrita –novelas o ensayos antropológicos, principalmente–, su prosa es de una
ternura profundamente india –sentencia Rodolfo Hinostroza-, desgarradamente
desolada (2011: pp.54-56), en ella se expresa la problemática del mundo y la
cultura andina que no es otra que la del Perú como nación; denunciando no sólo
los problemas sino su posible solución que estaría en el reconocimiento y
respeto de la multiplicidad de culturas y todas las sangres que la constituyen.
Análisis que en lo que respecta a la presentación del problema mantiene plena
vigencia mas no en lo que se refiere a su solución, puesto que, en medio de la
globalización que vivimos –impuesta por el llamado mundo o cultura occidental–,
asistimos a la muerte no sólo de la cultura andina sino de la cultura humana
por la ambición desmedida, avaricia y codicia difundida a manera de metástasis
por los «gringos» como los llamaba el ilustre amauta ; esa avaricia, que
«cría gusanos en el tuétano de los huesos», ambición que es agua podrida de la
sangre que se introduce en la sangre de quienes se corrompen. El agua podrida
es agua estancada –comenta Santiago López Maguiña– que se opone al agua
purificadora de los ríos, que son como la sangre hirviente, que es, por tanto,
líquido vital, animado (2004: 1004).
Todas las
sangres, es la frase que no sólo sirvió como título a una de sus obras más
importantes sino que sintetizó lo que el Perú es y debió realizar para llegar a
ser una nación que en medio de la globalización es ya imposible; esta misma
frase, todas las sangres, expresaría hoy el destino común que comparten tanto
los dominados como dominantes: condenados a la destrucción; pues, ambos han
sido y son cada día más encandilados y enajenados por el «billete»; ya no son
ni de aquí ni de allá, son del «billete». ¡Esa es su patria!¡Están condenados!
(Arguedas 1983: 226), vaticinaba desgarrada y desoladamente el vate del mundo
andino.
En un
artículo, titulado “La cultura: Un patrimonio difícil de colonizar”, fechado en
noviembre de 1966, José María Arguedas, manifestaba su preocupación por las
palabras de un profesor norteamericano, cuyo nombre no se preocupa por citar,
que con enérgica seguridad expresó su convicción –en una mesa redonda durante
el XXXVII Congreso de Americanistas realizado en la ciudad de La Plata, en
septiembre del mismo año– de “cómo la cultura «occidental» se impondría con
todos sus caracteres «feos» y «crueles». Nuestra cultura es «fea» –dijo,
empleando su castellano defectuoso pero muy lúcidamente expresivo–, nuestra
cultura es cruel, pero ella avanza sin que nadie pueda contenerla. Los
nacionalismos serán poca resistencia; el indigenismo es sólo una forma política
de sacar ventajas para los indios…Usted (se dirigió a mí) pertenece a nuestra
cultura «fea»…Le respondí inmediatamente que «no pertenecía por entero a esa
cultura, pues era un bilingüe quechua»”.(Arguedas 2006: 184-185).
Y su
preocupación era mayor porque no dejaba de reconocer que en el Perú, estaban
siendo olvidados muy antiguos patrones de conducta, de formas de expresión artística,
de técnicas agrícolas, de sabiduría en todos los campos de la actividad humana.
Que la empresa colonizadora era ahora a través de los medios de comunicación
–la radio, la T.V., etc.– que se dirigen a la gran masa para estandarizarla y
así negarle sus propias y autóctonas expresiones culturales. “Han ganado
clientela en las ciudades. Estas urbes repentinas, como Lima, son por eso
–advertía–, campos de lucha intensa. Se «modernizan» y deben «modernizarse» a
toda marcha, por la misma razón de que en veinte años multiplican su población
con aluviones humanos de origen campesino, que, asentados en la ciudad padecen
de desconcierto y están semi-desgarrados aunque pujantes y agresivos”.
(Arguedas 2006: 187-188).
Sin
embargo, también mostraba su confianza y esperanza en que los estudios
etnológicos –de gran urgencia en el país– y de antropología, de urgencia como
se la denominaba, no sólo ofrecieran conocimientos sobre las tradiciones de las
diversas culturas –andinas y amazónicas–, que permitieran valorarlas y
respetarlas. Así como también, la convicción de que, “una cultura superviviente
–como la quechua– a pesar de los varios siglos de vasallaje absoluto de sus
portadores, bien podía ofrecer valores y elementos que siguieran influyendo y
acaso convendría que persistieran, por lo mismo que la cultura de los grupos
dominantes tenía, sin duda, rasgos y características «feas» y
«crueles»”(Arguedas 2006: 185); cuestión en la que no se equivocaba puesto que
los estudios que él reclamaba y que se hicieron años después, confirmarían sus
apreciaciones. Esas creencias tradicionales, “enseñan a vivir con la tierra, el
mundo, el universo –advierte Margit Gutman–; es decir, de vivir en armonía con
el universo…Valores universales, (que si se aceptasen, podrían) ayudar a superar
los problemas que vivimos a nivel mundial”. (Urbano 1993: 254-255).
Tenía la
firme convicción que las culturas lenta y fatigosamente creadas por el hombre
en su triunfal lucha contra los elementos y la muerte, no son fácilmente
avasallables. “Los más recientes censos parecen demostrar que, por ejemplo, en
el Perú, la lengua quechua, en lugar de extinguirse –afirmaba lleno de
ilusión–, se fortalece, gana prestigio; y ya es evidente para todos que la
música andina, predominantemente indígena, alcanza un grado de difusión inversa
a la prevista hace unos cuarenta años, cuando constituía una vergüenza y una
aventura interpretarla públicamente en la capital; que el vals criollo ha
conquistado todos los círculos sociales, habiendo sido, en el mismo período
vergonzante de la música andina, patrimonio de los barrios marginales de Lima;
que la música y danzas costeñas de origen negro siguen el mismo curso de
afirmación e influencias masivas…Los medios de comunicación se convierten en
vehículos poderosos de transmisión y de contagio, de afirmación de lo típico,
de lo incolonizable. El creador tradicional y el creador que domina los medios
de expresión «occidentales» mantienen, así, un vínculo profundo no avasallable
para bien del destino de sus propias naciones y de las mismas naciones donde se
han organizado los grandes consorcios, muchos de los cuales parecen haber
olvidado que el hombre tiene de veras alma y ella muy raras veces es
negociable”. (Arguedas 2006: 188).
Confianza que en el caso de Arguedas radicaba en la profunda convicción –como
lo hiciera saber en el Primer Congreso de Peruanistas de 1952– que, “la unidad
política y cultural realizada por los incas en una inmensa población y
territorio, diverso en lo humano y lo geográfico, dio tal poder a esta unidad
que su supervivencia en los siglos venideros estaba asegurada. Sin esta unidad
tan sabiamente forjada, la cultura peruana no habría podido lograr la tenaz
supervivencia a la que nos hemos referido…en el Perú –agregaba–, la rebelión de
los indios duró todo el período colonial y no se aplacó con la República. Las
revoluciones de Túpac Amaru y de Pumacahua, en quienes la multitud nativa veía
un símbolo propio, fueron, en cierto modo, la continuación de la primera
revuelta de Manco Inca en el Cuzco. La importante sublevación de Atusparia en
Ancasch (1884) y otras revueltas de los indios en Puno y Ayacucho se realizaron
durante la República, con una inspiración y finalidad más restringida. Estos
hechos explican la mucho mayor importancia que en el Perú tiene la población
autóctona y su cultura que la que ejercen y ejercieron en México los indios… La
vitalidad de la cultura prehispánica ha quedado comprobada en su capacidad de
cambio, de asimilación de elementos ajenos. La organización social y económica,
la religión, el régimen de la familia, las técnicas de fabricación y
construcción de los llamados elementos materiales de la cultura, las artes;
todo ha cambiado desde los tiempos de la Conquista; pero ha permanecido, a
través de tantos cambios importantes, distinta de la occidental, a pesar de que
tales y tan sustanciales cambios se han producido en la cultura autóctona
peruana por la influencia que sobre ella ha ejercido la de los
conquistadores…en esta fusión de culturas ha aparecido un personaje, un producto
humano que está desplegando una actividad poderosísima, cada vez más
importante: el mestizo. Hablamos en términos de cultura; no tenemos en cuenta
para nada el concepto de raza. Quienquiera puede ver en el Perú indios de raza
blanca y sujetos de piel cobriza, occidentales por su conducta…El estudio del
mestizo es uno de los más importantes de los que la antropología está obligado
a emprender en el Perú…El conocimiento del mestizo es esencial para la buena
orientación de todas las actividades nacionales en el Perú: la educación, la
sanidad, la producción, los cálculos acerca de las posibilidades y el destino
del país” (Arguedas 2006: 1-3).
II
Evaluemos
y confrontemos sus palabras con los estudios recientemente realizados sobre la
historia del Tahuantinsuyo y, sobre los hechos que hoy en día se han impuesto,
más allá de los buenos deseos que tengamos con respecto a la defensa de una
cultura –ya sea andina o amazónica–, que en sí mismas son valiosas y dignas de
respeto en relación con otras expresiones culturales; particularmente con la
cultura occidental.
Es verdad
que la unidad política y cultural realizada por los incas en una inmensa
población y territorio, diverso en lo humano y lo geográfico, dio tal poder a
esta unidad que les permitió realizar grandes creaciones culturales; pero, que
esta unidad aseguraba su supervivencia en los siglos venideros no es muy
exacto.
Los
estudios contemporáneos realizados por Raúl Porras Barrenechea, Waldemar
Espinoza, María Rostworowski, Edmundo Guillén, entre otros, demuestran que la
caída del Tahuantinsuyo ante la presencia de los conquistadores europeos se
facilitó por tres factores determinantes:
1°. La
crisis económica en la que se encontraba y que fue iniciada en el período de
reinado de Huayna Cápac y que se acentúo a la muerte de éste. “La fuerza y la
estabilidad del Imperio provenían de las sanas normas agrícolas de los ayllus
–sentencia Porras Barrenechea–, trabajo obligatorio y colectivo, comunidad de
la tierra, igualdad y proporción en el reparto de los frutos, tutela paternal
de los jefes. Todo esto que había creado la alegría incaica, en «el buen tiempo
de Túpac Yupanqui», era abandonado con imprevisora insensatez…El Inca,
rompiendo la unidad económica del imperio, obsequiaba tierras a los nobles y
curacas, quienes las daban en arrendamientos a indios que las cultivasen, con
obligación de entregar cierta parte de los frutos. Estas propiedades
individuales, dentro de un pueblo acostumbrado al colectivismo, herían el
espíritu mismo de la raza y presagiaban la disolución, o un ciclo nuevo bajo
normas diversas…Huayna Cápac completó su error no acordándose, en el devaneo de
su vida sensual, de preparar y asegurar la sucesión normal del Imperio. Con una
acción previsora en este sentido, y con el respeto que le tenían sus súbditos,
su decisión testamentaria claramente expresada y reafirmada, hubiera evitado la
confusión y la discordia que sobrevinieron a su muerte”. (Porras 1999: pp.2-3).
2°. La
eliminación en masa de los orejones adictos a su hermano Huáscar, ordenada por
Atahualpa, en ese afán de satisfacer su desmesurada venganza (Guillén 1963: 9);
pero, al hacerlo “está cortando las raíces pensantes del Tahuantinsuyo y
condenándolo a la desintegración a breve plazo, puesto que, ningún estado puede
sobrevivir a la destrucción de su clase dirigente…; el punto no es desconocido
de nadie, pero se lo minimiza y, por este motivo, se prefiere pasarlo por alto
al tratar el tema”. (Bobbio 1996: 18-23).
3°. La
extensión desmesurada del Tahuantinsuyo, hizo imposible la buena administración
y el buen gobierno desde el Cuzco, por lo que inevitablemente terminaría por
fracturarse dando origen a la guerra entre los hermanos herederos de Huayna
Cápac (Espinoza 1993: 38). Quizá Huayna Cápac se percató de esta situación y,
como ya se había hecho en Roma un milenio antes, “sí hizo esa partición que
casi todos los autores niegan enérgicamente y que, por no haber sido hecha o,
hecha, por no haber sido respetada, enfrentó a su descendencia en la más
espantosa guerra continental habida hasta entonces, acontecimiento que, a su
vez, permitió la subyugación de todos los contendientes por un puñado de gentes
que, en cuanto a valor, fuerza, honestidad, sinceridad, lealtad valían menos
que ellos”. (Bobbio 1996: 23-24).
Por los
datos señalados, podemos concluir que lo que conquistaron los europeos fue una
cultura en proceso de disolución; el espíritu de la raza andina estaba
profundamente herido y sobre él se impondrá a lo largo de los años venideros
formas de vida que giraban fundamentalmente en torno a las «balas y el
billete»; a la ganancia monetaria insaciable.
Después de muchos años de conquista y colonialismo, surgió la rebelión de Túpac
Amaru [1740-1781], de gran repercusión no sólo para nuestro país sino en toda
Latinoamérica. Esta rebelión será el punto culminante de una sucesión de más de
112 rebeliones de campesinos-indígenas en el Perú. “La sublevación de Túpac
Amaru fue la rebelión política –también social– más grande en la historia
colonial de América. Como un vendaval terrible –señala Boleslao Lewin– ella
conmovió los cimientos del edificio español en las Indias levantado tres siglos
atrás y constituyó el jalón más importante en el camino hacia la independencia
de Hispanoamérica”. (Lewin 1957: 412). Con Túpac Amaru no sólo existe una
rebelión contra los abusos e injusticias del régimen colonial, sino que se
expresa la formación de una conciencia nacional indígena, que nació cuando las
múltiples naciones andinas empezaron a reconocer a los incas como buenos
gobernantes que comparados con los españoles podían perfectamente ser
idealizados como “perfectos”, exacerbándose el sentimiento de nostalgia por el
pasado que se consideraba mejor, sentimiento que se expresará en una serie de
mitos, siendo el más notable de ellos el de Inkarrí que circulará en varias
versiones.
Túpac Amaru al rebelarse no sólo estaba defendiendo
sus intereses económicos que habían sido afectados por las reformas borbónicas
por lo que al principio coincidió con los criollos limeños en el descontento
que éstas provocaron, sino que se convirtió en el conductor de su pueblo del
que se sentía parte por sucesión de sangre y, así lo reconocieron sus
contemporáneos indígenas que veían en él
la encarnación de Inkarrí y lo llamaban
papá, dios. Cuanto más popular y anticolonial se hacía la revuelta, los
criollos y sus allegados fueron abandonándola socialmente. (Flores 1997: 40-45;
Glave 1982: 14).
El bando
que lo proclama rey de estas tierras andinas con el nombre de Jose I en
diciembre de 1780, es sorprendente por el alcance de sus medidas políticas:
reconoce a la autoridad española pero exige que se le reconozca como autoridad
independiente y, llama a todos los que viven en su reino andino y sudamericano
–blancos, criollos, mestizos, indios, negros– a constituir una sociedad
inspirada en las costumbres andinas y los principios cristianos; es decir, está
aceptando que el futuro sólo sería posible si no se deja de lado el mestizaje
ocurrido pero donde, sin embargo, debe prevalecer el elemento y la cultura
andina por considerarla más saludable que la extranjera que tanto sufrimiento
ha causado, particularmente por su amor desmedido al oro y riquezas materiales.
Su
derrota significó un duro golpe para la nacionalidad indígena –por lo brutal de
los castigos y las prohibiciones que se dictaron para erradicar a la cultura
andina, prohibiéndoles el uso de su lengua, vestidos típicos y costumbres, como
señalaban expresamente los decretos dictados por el visitador Antonio de
Areche– y una gran pérdida en la historia de la república que nacería años
después, por lo revolucionario de su proyecto, como señala Pablo Macera, ”la
historia pudo ser diferente de haber sido el Perú una república de indios o una
república de mestizos, de haber triunfado Túpac Amaru o Mateo Pumacahua”.(1978:
180).
Al año de la desaparición de Túpac Amaru y estando fresco aún el olor de la
sangre indígena derramada y el temor que provocó su gesta entre los criollos y
peninsulares, Alonso Carrió de la Vandera –que usaba el seudónimo de
«Concolorcorvo»–, español caza fortunas, publicó su Reforma del Perú con los
auspicios de la Universidad de San Marcos, que seguro tendría a un jefe de
publicaciones que enarbolara el lema “La universidad es lo que publica” y, un
vicerrector académico que no consideraba como dignos de crédito académico
ensayo alguno; pero, la repercusión de sus ideas en la vida espiritual del Perú
son de tal magnitud que es injusto que los reyes de la época no le hayan
conferido algún título nobiliario.
Este
«iluminado» extranjero va a proponer a todos los miembros de esta gran
comunidad llamada Perú, levantada sobre los restos del Tahuantinsuyo, medidas
puntuales para construir una gran nación. Para ello, considera en su estudio
imprescindible acabar con los indios no físicamente sino culturalmente,
asimilándolos a la civilización o cultura occidental de lo contrario nunca
superarán su natural holgazanería, cobardía, violencia, deslealtad e
intemperancia. “...La tiránica opresión en que los tenían sus monarcas y
caciques –sentencia el «profundo» humanista y reformista español–, los ha hecho
perezosos y lentos en el trabajo porque sabían muy bien que no les habían de
aumentar las raciones aunque doblasen el trabajo...su cobardía los inclinaba a
la traición y a la crueldad...los varones que cuando chicos los llaman cholitos
y ya grandes cholos siguen el propio destino de las hembras: esto es caminando
a su ruina por medio de la intemperancia...su cobardía que la dominan cuando
están en su sano juicio se convierte en furia cuando se vuelven insensatos por
lo que hay que vigilarlos constantemente...los naturales no tienen reflexión
alguna, carecen de caridad totalmente y en tropas grandes tienen mucha
similitud con los galgos, que cada uno de por sí no se atreve a acometer a una
zorra y unidos destrozan a un león. El natural por falta de reflexión y sobra
de indolencia abandona a su mujer e hijos dejándolos en sus chozas faltos de
alimento y expuestos al furor de los agraviados de sus insultos. No le faltan
talentos para imitar pero nuestros antepasados no les han enseñado más que unos
principios groseros en la labranza de los campos, cría de ganado, plantío de
árboles y otras artes liberales y mecánicas; por lo que es preciso mudar
totalmente el sistema de gobierno...”(De la Vandera 1966: 31, 42, 52, 88,
98-99).
Un gobierno que en base a leyes justas, emprenda la reforma de la sociedad
dejando de lado las diferencias raciales. Los nombres de indio y mestizo –a su
juicio– debían desaparecer y todos se reconocerían y llamarían españoles, para
que así unidos y en buena armonía puedan emprender todos los trabajos de
carácter técnico y práctico para la mejora económica y social de todos los
integrantes de la comunidad ligada a la corona española.(De la Vandera 1966:
80-90).
Ideas
todas sobre las que es fácil darse cuenta que se han seguido repitiendo a lo
largo de los años hasta nuestros días sin mencionar la fuente original. Lo
cierto es que, con estas ideas el natural peruano –que a sí mismo se llamaba
runa y lo llamaron indio– quedará siempre relegado y en tanto lo esté no habrá
solución para los problemas del país, que tienen como centro vital la condición
de vida del grueso de la población de la sociedad que es del grupo étnico
andino o indígena.
En este
contexto histórico, el pensar y decir de José María Arguedas es indudablemente
la expresión después de muchos años, del pensamiento y la cosmovisión
arraigados en la cultura andina o indígena (Elmar 2005: 142-143), la palabra de
los condenados sufrientes y pisoteados en sus tierras por el europeo
conquistador que ha organizado un mundo que gira en torno a las «balas y el
billete».
No en
vano José María Arguedas reconocerá que sus poemas quechuas pertenecerían al
período del haylli o canto del triunfo bélico, religioso o agrario de la
cultura andina. Los del primer período son cantos de triunfal regocijo, revelan
la relación hombre-Dios, son himnos de alabanza terrenal y cósmica; y, los del
segundo, expresan el espanto y dolor de todo lo perdido. Todo es humildad,
desprecio a la vida, orfandad.
En el
haylli/ himno “A nuestro padre creador Túpac Amaru” [1962], retorna al mito
andino y en la lengua ancestral resplandece la esperanza y anuncia una nueva
vida. “No está dirigida a los eruditos”, advierte su autor. La dedicatoria es
directa: “A los comuneros de los cuatro ayllus de Puquio en quienes sentí por
vez primera la fuerza y la esperanza”. Entre sus versos, vale recordar los
siguientes:
“Túpac
Amaru, hijo del dios serpiente; hecho con la nieve del Salcantay; tu sombra llega
al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin cesar y sin límites...
Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las
hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez
más... no hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios,
nuestros amos... Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos
wiracochas. En la pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi
fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa... Al inmenso pueblo de los
señores hemos llegado y lo estamos removiendo... Somos millares de millares,
aquí ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por
nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos
despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de
hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en
ciudad feliz donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea
limpio, como la nieve de los dioses montañas donde la pestilencia del mal no
llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, ...
Tranquilo
espera,
tranquilo
oye,
tranquilo
contempla este mundo.
Estoy
bien ¡alzándome!
Canto;
bailo la
misma danza que danzabas
el mismo
canto entono.
Aprendo
ya la lengua de Castilla,
entiendo
la rueda y la máquina;
con
nosotros crece tu nombre;
hijos de
Wiracochas te hablan y te escuchan
como al
guerrero maestro, fuego puro que enardece, iluminando.
Viene la
aurora.
Me
cuentan que en otros pueblos
los
hombres azotados, los que sufrían, son ahora águilas, cóndores de inmenso y
libre vuelo.
Tranquilo
espera.
Llegaremos
más lejos que cuanto tú quisiste y soñaste.
Odiaremos
más que cuanto tú odiaste;
Amaremos
más de lo que tú amaste, con amor de paloma encantada, de calandria.
Tranquilo
espera,
con ese
odio y con ese amor sin sosiego y sin límites,
lo que tú
no pudiste lo haremos nosotros.
Al helado
lago que duerme, al negro precipicio, a la mosca azul que ve y anuncia la
anuncia
la muerte
a la
luna, las estrellas y la tierra,
el suave
y poderoso corazón del hombre;
a todo
ser viviente y no viviente,
que está
en el mundo,
en el que
alienta o no alienta la sangre,
hombre o
paloma,
piedra o
arena,
haremos
que se regocijen,
que
tengan luz infinita,
Amaru,
padre mío.
La santa
muerte vendrá sola,
ya no
lanzada con hondas trenzadas ni estallada por el rayo de pólvora.
El mundo
será el hombre, el hombre el mundo, todo a tu medida.
Baja a la
tierra, serpiente dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la tela
imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.”(Arguedas
1983: 224-233).
Esa es la impronta y el ambiente espiritual de los inicios de la década de 1970, en la que el país vivirá grandes cambios, como resultado de la presión o desborde popular que se había vivido a partir de la década del 50, y fueron las fuerzas armadas, por intermedio de su gobierno, que intentaran reformular las bases sociales del estado, aunque pronto se hará evidente que las exigencias populares rebasaban las posibilidades del “modelo peruano” que ofrecían los militares y muchos de sus colaboradores de formación marxista.
José
María Arguedas, para esas fechas, había acabado con su vida, ocurrida el 2 de
diciembre de 1969. Muere incomprendido por los intelectuales de lengua
castellana a quienes había tratado de expresar el sentir y pensar del mundo de
los runas. “La falta de entendimiento por parte de los intelectuales citadinos
–reconoce Alberto Flores Galindo–,… y su falta de capacidad para afrontar los
cambios liberadores que vendrían…contribuyeron a su suicidio, pero el costo
personal dio como resultado una obra excepcional que abrió la posibilidad de
pensar de otra manera la sociedad peruana…”(2007: 182). Pero, como veremos más
adelante, ya será demasiado tarde, pues, las generaciones venideras no querrán
pensar, menos sobre categorías como nación, enajenación, aculturación, entre
otros.
Uno de
los más conspicuos ideólogos del proceso liderado por las fuerzas militares fue
el filósofo sanmarquino Augusto Salazar Bondy, que en medio del desarrollo de
los cambios iniciados, escribirá Bartolomé o de la dominación [1976] en el que
se ocupa como él mismo señala, “del tema central de nuestros tiempos, de la
dominación y liberación de los hombres y de los pueblos; que es también el tema
radical de la existencia humana y por eso, una idea básica de la historia del
hombre”. Es un diálogo que enigmáticamente termina con las palabras de Hatuey,
el personaje indígena, que dice: “..Bartolomé, vuelvo al bosque a continuar la
resistencia con mi pueblo. Tú no cejes en tu lucha. Nosotros no cejaremos en la
nuestra, aunque nos cueste la vida...Tenemos la convicción de nuestro propio
camino. Sabemos adonde queremos ir. No olvides hermano, que la libertad y su
sostén cotidiano tiene color de sangre y están henchidos de sacrificio. Sabemos
que tenemos que pagar un precio por el hecho heroico de constituir una
vanguardia. Somos únicamente los iniciadores de una gesta nacional que se
proyectará por muchos años en el futuro. El presente es de lucha, el futuro es
nuestro. ¡Venceremos!”(1977: 156-158).
Finalizando
la década del 70 el Partido Comunista, liderado por Abimael Guzmán, inicia un
proceso insurreccional enarbolando la ideología y el programa político esbozado
por Maríátegui, que mantuvo en vilo por más de una década al sistema vigente,
pero que fracasó por su extremismo y postura positivista a ultranza que le
impidió entender la mentalidad andina y por consiguiente no logró ganarse al
campesinado y lograr así que la revolución bajase en ojotas de los andes como
lo había previsto el fundador de aquel partido de orientación marxista; con su
proceder no evitaron aquello que advirtiera José María Arguedas –la voz más
autorizada del sentir del mundo andino–, “la teoría socialista no sólo dio un
cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un
destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo...pero no
mató en mí lo mágico”.(1983: 14). Lo mágico y misterioso que niegan aquellos
que sostienen posturas antirreligiosas de corte positivista y con mucho afán
tecnocrático. Postura en la que coinciden paradójicamente tanto liberales como
comunistas, y que comparten el lema y paradigma contemporáneo : ¡Amos de
la naturaleza y el mundo, uníos!
En las
décadas siguientes hasta nuestros días los problemas que tienen su eje central
en la falta de unidad y espíritu de nación siguen vigentes, agravándose aún más
con el proceso de la globalización que tiende a desaparecer las
particularidades para facilitar las ganancias económicas para las grandes
potencias hegemónicas hoy en día y de manera particular la estadounidense que
viene siendo desplazada por la China.
Dentro de
los cauces de la nación criolla en formación me parece que es imposible que se
encuentre solución a este problema, pues, todo cambio necesita de una élite
dirigente y ésta en nuestro país siempre ha estado constituida de incapaces que
por años han usurpado el poder (Macera 1976: 159), sin haberlo entendido y
haberse únicamente preocupado por satisfacer sus intereses, contentándose con
ser los administradores de los grandes negocios del amo de turno que quizá muy
pronto deje de ser yanqui para convertirse en chino y, por supuesto el idioma
de moda será ése, para lo que ya se vienen preparando las futuras generaciones
de esa dependiente élite en los colegios exclusivos de la localidad.
Con el
correr de los años, la serie desastrosa de gobiernos ha ido quemando las reservas
de esperanza del país, sin reforestación alguna –ha comentado en alguna
oportunidad el analista Jorge Bruce– (2004: 13); y, el historiador Nelson
Manrique ha hablado de un país que se regala y, que si a la larga resulta no
siendo viable será en primer lugar por nuestra propia responsabilidad y sólo
secundariamente por la codicia de nuestros vecinos.(2004: 14). Situación que se
ha agravado a tal punto que, en el último proceso electoral del año 2011, se ha
descubierto una serie de relaciones oscuras entre muchos candidatos y el
narcotráfico. “El drama del Perú es que no existe un tribunal –afirma Abelardo
Sánchez León– que se encuentre fuera de los vulgares intereses políticos y sea
la última instancia de voz impoluta. Los vínculos de la política con los capos
del narcotráfico revelan que el ambiente está contaminado”(2011: 3). Y, ante
tanto escándalo de esa clase y otros relacionados a la intervención abierta y
desembozada de los Estados Unidos de Norteamérica en los asuntos electorales de
nuestro país, a través de agentes bien remunerados, César Hildebrandt
sentencia: “…La conclusión es esta: tanto en la prensa, como entre el público,
la capacidad de indignación o no existe o está en mínimos. Y ese es síntoma de
una inmensa crisis de valores. Y esa crisis de valores nos hace tercermundistas
militantes, subdesarrollados crónicos, bárbaros sin remedio. Porque el
desarrollo no sólo consiste en exportar y vender. También consiste en instaurar
un sistema que se acerque lo más que se pueda a los principios de la
honestidad”. (2011: 8).
III
Actualmente
vivimos la consolidación de la mentalidad del hombre europeo moderno y de su
espiritualidad llamada capitalista en plena globalización; y, con ello el
triunfo de la codicia que ya no sólo puede ser considerada como característica
constitutiva de la psique del hombre moderno europeo, como señalara Werner
Sombart, sino del hombre a nivel planetario.
La forma
de producción capitalista, resultado de la mentalidad transformadora y posesiva
de la naturaleza que se apoderó de la mentalidad o espiritualidad europea a
mediados del siglo XVII, se desarrolló, a juicio de Sombart, en dos etapas
claramente identificables: hasta finales del siglo XVIII, aproximadamente, y
desde entonces hasta nuestros días.
En la
primera etapa, el espíritu capitalista tiene un carácter vinculado; en la
segunda, un carácter esencialmente libre. Los vínculos que se respetan en la
primera etapa, provenían de la moral y de las buenas costumbres, tal como
predicaban sobre todo las religiones cristianas. En la época actual, tales vínculos
casi se han perdido y lo que prolifera es una defensa de la libertad en medio
de un relativismo de valores; y, el vacío dejado por el abandono y pérdida de
las auténticas preocupaciones humanas –al haber perdido a Dios, pues, Dios ha
muerto como sentenció Nietzsche [aunque esta frase no signifique como
comúnmente se dice la muerte de la divinidad sino de los valores y pérdida del
sentido humano] – se sacian en ese afán de novedades y gustos puramente
comerciales y consumistas –donde el dinero es el instrumento fundamental del
éxito–; y, la comunicación es cada vez más escasa, como resultado de la
creciente educación tecnológica y escaso tiempo que se cuenta para dialogar,
desde el hogar hasta el centro de trabajo.
El mundo
burgués, en la etapa contemporánea de plena globalización ha impuesto esa
codicia por el oro y su expresión en dinero, que lo inunda todo, nada hay que
escape a su influencia; y, menos la educación, pues, a través de ella se forman
los futuros miembros de la sociedad.
En la
educación, actualmente, estamos viendo que todo se hace también por un interés
casi exclusivamente económico-tecnológico y los apetitos varían de acuerdo con
las posibilidades de los interesados. Asistimos a la aparición del hombre de
cultura degenerada –como los llamaba Nietzsche y que se forman paradójicamente
en las universidades– de aquel que sólo se interesa por los asuntos de su
especialidad y en los que podrá ser superior al vulgo, pero, en todo el resto,
en todos los problemas esenciales no se separará de él. “Un hombre de cultura
degenerado –añade Nietzsche– es un problemas serio, y nos sentimos
profundamente perturbados, cuando observamos que todos nuestros hombres
públicos, estudiosos y periodistas, llevan encima las señales de esta
degeneración”. (2000: 159). Especialista que cada vez está más lejos de
entender el humanismo y de la necesidad de emprender una seria formación
humanista por lo que se declara partidario entusiasta de la «formación
tecnológica con fines humanistas», lo cual resulta contraproducente .
Desde el
modesto profesor –que sólo quiere la seguridad de su sueldo aunque magro pero
seguro y con aguinaldos incluidos– hasta el más encumbrado que se dice
investigador –natural, o de miserias sociales y soluciones a las mismas–, todos
miden su tiempo en términos económicos, pues, a eso les obliga esta asfixiante
sociedad que se llama humanista o que pretende serlo.
En esta
sociedad altamente tecnologizada, los medios de comunicación están sirviendo de
manera extraordinaria para consolidar esta mentalidad práctica, consumista,
hedonista y mercantilista, enemiga de aquella formación que conduzca a pensar.
“El mecanismo de la ciencia moderna –señala Giorgio Colli– es mortal para la
formación del hombre…mediante ella, el hombre pierde el contacto con su propio
pasado, con su propio presente y consigo mismo, …ella mutila y mecaniza al
individuo, lo subyuga de una forma tiránica… La ciencia moderna mortifica, no
sólo el vigor y la plenitud física y moral del hombre, sino también su
intelecto” (1991: 118-119). Y, más grave todavía si se aprovecha de ella para
introducir valores ajenos a los de nuestra propia cultura con lo cual se
acrecienta la aculturación; es decir, la enajenación más profunda y abyecta, de
la que hablaba y temía José María Arguedas.
Esa
aculturación que difunden incluso aquellos que le reconocen muchos méritos y
actualidad a las obras arguedianas, como es el caso de Francisco Miro Quesada
Rada, que advierte que las obras de Arguedas están “impregnadas de un profundo
humanismo y en cuanto tal integradoras. Inspiradas en sus experiencias, en lo
que él mismo era: el Ande y Occidente…El reconocimiento del otro es la máxima
expresión de nuestra condición humana. A través de esta actitud habremos
superado algún día en nuestra patria aquello que nos separa, como el racismo,
la exclusión y la marginación. De esta manera terminaremos el puente que nos
unirá para fusionarnos en todas las sangres, como lo quería José María
Arguedas” (2011: 4).
Sin
embargo, el periódico que dirige este ilustre y reconocido intelectual y
demócrata peruano, es uno de los principales promotores de “Divercity”, y que
ha sido publicitado como un novedoso concepto que combina entretenimiento y
marketing, un nuevo espacio en el que los pequeños pueden vivir experiencias
como comprar y trabajar en un supermercado, efectuar operaciones bancarias o,
incluso, ser periodistas de la casa promotora por un día; un día de gloria
después de haber pagado los gastos de ingreso a tan novedoso e instructivo
concepto.(2011: 1-3). ¡Pobres niños!, a temprana edad, a partir de los tres
años, son ya iniciados en el mundo mercantilista y consumista; y, por supuesto,
incapacitados para realizar más adelante actividades propiamente humanas de
respeto a valores que les permitan vivir en armonía con su prójimo y con la
naturaleza. No deja de tener razón Ismael León Arias, cuando comentando esta
iniciativa pedagógica afirma que, “ …si a los niños se les inculca la moral de
los banqueros, ¿por qué prohibirles en la adolescencia que jueguen en los tragamonedas
o en el casino? Si a una niña se la estimula desde pequeñita a asumir la vida
de una modelo, ¿qué sentido tiene restringirles las discotecas hasta los 14?”
(2011: 29-30); y, lo que es peor, al artífice de todos los muebles de la citada
“Divercity”, un huancaíno de nombre José Orihuela Quiliano, fue ocultado en
todos los aspectos por los organizadores; para ellos él jamás existió, quizá
porque era “demasiado cholo”. ¡Qué manera más curiosa –por decirlo de alguna
forma– de acabar con la exclusión y la marginación!
La televisión, por ejemplo, se ha constituido en el centro de los hogares y su
uso masivo y eficaz ha coincidido con la desintegración de la familia,
situación que ha determinado que los padres hayan abdicado de una misión tan
importante como alimentar a sus hijos y educarlos. Los niños, actualmente,
desde su más tierna infancia, son sometidos por sus padres, demasiado ocupados
para atender ellos mismos al cuidado de sus hijos, al aluvión televisivo que se
limitan a recibir y, lo peor, a asimilar de modo pasivo, es decir, totalmente
acrítico e irreflexivo; desarrollando tendencias marcadamente egoístas o,
incluso, antisociales.
Y si de
la televisión nos pasamos al uso de las computadoras y los teléfonos
portátiles, es decir toda la revolución de la informática, que no conociera
nuestro ilustre y homenajeado José María Arguedas, nos daríamos cuenta que ya
es bastante tarde para pensar el Perú con la confianza y esperanzas que él lo
hacía; y, no sólo el Perú, sino la humanidad entera que está padeciendo una
seria crisis de valores. Esta es una humanidad de sentimientos empobrecidos,
domesticada y desprovista de tradición cultural (1974: 91-115). Por tanto,
“continúa siendo verdad que hacia finales del siglo XX –sentencia Giovanni
Sartori–, el Homo sapiens ha entrado en crisis, una crisis de pérdida de
conocimiento y de capacidad de saber”(2008: 65). Saber que es humano.
La
educación virtual figura hoy en día como una prioridad y sinónimo de progreso,
dejando de lado las advertencias de los neurocientíficos quienes indican que,
con el incremento de las relaciones virtuales el lugar de las relaciones
humanas empieza a resquebrajarse. La corteza frontal del cerebro necesita de
relaciones para aprender de las emociones y entenderlas, junto a la comprensión
de las conductas típicas de una persona frente a una emoción. La empatía que es
crucial, que implica contacto, visión, olor, ponerse los zapatos del otro, se
pierde con las relaciones virtuales y se facilita la pérdida de las tradiciones
culturales.
La
música, por ejemplo, que en toda la obra de Arguedas desempeña una función
central, pues, para él la música quechua es mucho más que una expresión
artística, es como lo dice en labios de Gabriel, un reflejo de la realidad
andina: “Los ríos, las montañas, los pájaros hermosos de nuestra tierra, la
inmensa cordillera pelada o cubierta de bosques misteriosos, se reflejan en
esos cantos y danzas” (1983: 321).
Ahora
bien, si la música –y el arte en general– tiene ese valor sagrado y simbólico
con que aparece en el mundo de Arguedas, se comprende todo el cuidado que tuvo
para recoger y publicitar todas estas manifestaciones culturales, cuidándolas
de toda contaminación o mezcla que, termine por desnaturalizarlas y con ella el
alma de un pueblo, su realidad cultural y física. Empero, también se entiende
por esta razón, las agudas observaciones que a este respecto hiciera Mario
Vargas Llosa. Comentando la aparición en el Perú, en la década de los setenta
del siglo pasado, la llamada música chicha o cultura chicha, de extraordinario
impacto en los sectores populares urbanos, se pregunta, cómo habría tomado José
María Arguedas esas múltiples combinaciones no sólo en la música sino también
en los bailes y las danzas. “¿Con el entusiasmo que merece esa capacidad
creativa y asimilativa de los mestizos en que sin remedio se han ido
convirtiendo esas mujeres y hombres de los Andes afincados en Lima? ¿O como un
triste ejemplo de la aculturación que rechazaba, es decir, de esa
delicuescencia ejemplicada por el popurrí de tonadas –no muy distinto de las
audaces mezclas de la música chicha– que canta el desdichado Clavel en un
calabozo de El Sexto?”(Vargas Llosa 1996: 222).
Por lo
que ha dejado escrito y por los testimonios de las personas que lo acompañaban
a las presentaciones musicales o de danzas andinas, me atrevo a responder que
para él, toda la chichería que se vive actualmente, es la clara expresión de la
triste aculturación impuesta por este mundo globalizado, según las pautas
impuestas por la civilización europea moderna.
El mismo
Vargas Llosa esboza esta respuesta al comentar uno de los episodios más
sentidos de El Sexto; “aquel en el que el enloquecido Clavel, una ruina
humana…, echa a cantar y lo hace mezclando letras y ritmos de huaynos, rumbas y
tangos. Esta patética mescolanza aparece como el clímax de su decadencia, como
el emblema de la disolución de su ser. La escena entristece hondamente a
Gabriel y a Cámac, quien comenta: «Ya no tiene cabeza, no puede recordar ni sus
cantos»” (Vargas Llosa 1996: 220). Y, ha perdido lo más importante, su
identidad sexual. Allá en el Ande no nacen. El alma no le hace contra a su
natural sino cuando la suciedad lo amarga. (Arguedas 1983: 238). Esa pérdida de
identidad sexual que también se propone hoy en día como distintivo de los
tiempos modernos, industrializados, liberales y tolerantes.
La música
chicha o la cultura chicha, o la chichería en la que vivimos actualmente, no es
como se esfuerza por presentarla José Matos Mar: el triunfo del otro Perú. “El
otro Perú al inicio de este siglo XXI –sentencia el investigador social– está
en buen camino al haber logrado cambiar el rostro tradicional y criollo de la
gran Lima dando fin a discriminaciones y prejuicios, acabando con mitos y
categorías sociales, y haber contribuido a forjar una sociedad nacional andina
que, con un buen gobierno y cambios estructurales, puede convertirse en un país
emergente, desarrollado; pasar del crecimiento al desarrollo….cómo lograrlo,
integrando al país, afianzando la identidad nacional, potenciando la soberanía,
creando un mercado interno, formulando una política educativa y cultural acorde
con la nueva realidad, iniciando el proceso de industrialización”( 2011: 9-11).
Esta cultura chicha es la clara expresión de una sociedad entremezclada, de todas
las sangres, que no han logrado ni lograrán estructurar un plan común, es
decir, constituir una nación. El término chicha es más bien muy expresivo para
referirse a una comunidad en la que está fermentando una explosión disgregadora
y de la que no se conoce en qué momento se producirá y en qué lugar se
iniciará; ¿en el sur, en el norte, en la amazonía?
En cuanto
a la relación del hombre con la naturaleza, por efecto de la mentalidad del
europeo dominante, se ha impuesto un desprecio y descuido hacia la tierra
madre. El Perú, una nación andina que tradicionalmente, le rendía culto al
vital elemento de la vida –como lo resaltara José María Arguedas en sus míticos
y bellos relatos como Agua–, también se encuentra viviendo las consecuencias de
una lamentable situación de maltrato a la naturaleza por la falta de sensatez y
sentido común del llamado Homo sapiens, “modernizado” y alejado de sus
tradiciones ancestrales. Los nevados andinos, condenados a una pronta
desaparición y, la amazonía concesionada casi en su totalidad para futuras
actividades de explotación energética, aprovechando el caudal de los ríos para
construir inmensas centrales hidroléctricas o la extracción de petróleo o gas
natural.
Ante este
panorama, nada grato pero no por ello deja de ser objetivo, cabe recordar las
últimas palabras de José María Arguedas en su relato Agua: “Solito, en ese
morro seco, esa tarde, lloré por los comuneros, por sus chacritas quemadas con
el sol, por sus animalitos hambrientos. Las lágrimas taparon mis ojos, el cielo
limpio, la pampa, los cerros azulejos, temblaban; el Inti, más grande, más
grande…quemaba el mundo. Me caí, y como en la iglesia, arrodillado sobre las
yerbas secas, mirando al tayta Chitulla, le rogué: Tayta: ¡Que se mueran los
principales de todas partes!”(1983: 76); y, agregaría. ¡Qué se mueran los
aculturados y enajenados de todas partes!
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